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Mi Gusto ES… (O LA OTRA MIRADA) 

Los que saben... y no

9/6/2023

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Por Miguel Ángel Avilés

Me queda claro que este día  ignoro muchas cosas, pero ayer sabía menos.

Eso es el aprendizaje, es decir ,ese tiempo ,ese transcurrir del tiempo durante el cual vamos adquiriendo conocimiento de algo por medio del estudio, el ejercicio o la experiencia, en especial de los conocimientos necesarios para aprender algún arte, un oficio, una profesión o que vaya surgiendo de la vida misma.

El aprendizaje entonces, es ese tiempo que nos tardamos en aprender algo.

"Todos nosotros sabemos algo, todos nosotros ignoramos algo, por eso aprendemos siempre” dijo Paulito Freire y tenía mucha razón.

Él, por ejemplo, bien sabemos, era una inminencia, una chucha cuerera en cuestiones de pedagogía y filosofía, pero a lo mejor era un neófito o un sirve pa’ nada en el arte de cocinar o rasurarse.

Sin embargo, siguiendo su teoría, si él hubiera querido y se aplica, con lo trucha que era, más temprano que nunca, se vuelve un experto en hacer la barba o de la noche a la mañana, aparece como un gran chef y nos presume, como su especialidad, unos huevos estrellados bien bonitos.
Subrayo: "si él hubiera querido" ya que, para mí, lo reprochable no es que alguien no sepa, sino que no quiera aprender.

Esto último si se me hace gacho.

 Pero más se me hace si con esa ignorancia no reconocida, te subas al púlpito del autoengaño y, desde ahí verborreas sobre un montón de temas, sean de carácter privado y más que nada públicos, evidenciándote como un profano de todo, experto en casi nada, pero si astuto para engañar a incautos que, en un descuido, puede que tengan un IQ inferior al suyo.

Ni modo, hay maderas que, de plano, nunca agarran el barniz.

Nada como decir que sobre tal o cual tema no sabemos ni un carajo, pero entiendo que eso de reconocerlo no es sencillo sobre todo si tienes frente a ti a una sociedad que no te perdona un error o una falta de experiencia sobre algo que te pidió solucionarle y tú caes en esa trampa, haciéndote pasar como un todólogo ,así sea a costa de memorables osos que a la postre, ya cuando te cae el veinte de lo que llevaste a cabo para no declararte confeso de un noviciado o de un inexperto que comete pifias y tonterías al por mayor.

Para mayor entendimiento, paso a contarles lo que les sucedió a dos inquietos estudiantes que, llenos de ansiedad profesional, querían incursionar ya en el campo del litigio o llevar asuntos y aun sin que fuera el momento de cumplir con su servicio social en la carrera , pidieron a  los encargados de esa área que les asignaran el expediente de algún usuario para ponerse manos a la obra y demostrarle al universo entero que estábamos preparados para atender desde el más simple conflicto legal hasta ese que vivía en esos días, en carne propia Caro Quintero en el caso Camarena o el Negro Durazo contra el implacable estado mexicano o el ministro Ernesto Diez Infante quien fue separado de su cargo, al protagonizar, hace tres décadas, el caso de corrupción al más alto nivel en el Poder Judicial por liberar al asesino de una niña en Acapulco, Guerrero y ser acusado de soborno de quinientos mil dolarucos.

Convencidos de que nuestro intelecto no estaba siendo desperdiciado, mi hoy compadre, un abogado de incuestionables conocimientos jurídicos sobre todo en materia constitucional, entre otras cosas y yo, aceptamos atender a una doñita cuyo problema radicaba en que un  abusivo inquilino no le pagaba las rentas y de paso no le entregaba el inmueble. 

_ “Si van a la casa, no lo van a encontrar. Donde pueden buscarlo, es en la plaza de la uní, ahí tiene una carreta de hot dog" nos dijo.

Pardeando la tarde, ahí mismo estábamos y el señor también.

De acuerdo a lo que vimos encima del carrito, estaba claro que el hombre le sabía al negocio: había de todo y olía muy bien (lo cocinado, no el maistro).

En cambio nosotros, en materia de arrendamiento y desahucios, a reserva de lo que diga mi compadre, no sabíamos absolutamente nada.

Pudimos verbearlo con alguna palabra rara pero apantalladora, pudimos repetirle lo que habían macheteado la semana anterior para un examen de derecho civil, pudimos decirle que si no se iba, caería todo el peso de la ley sobre él, pudimos amenazarlo con floridas palabras como lo hacía una amiga en La Paz cuando hacía sus pininos como litigante.

Vaya usted a saber.

Lo cierto es que aquel hombre se acalambró y casi pidiendo clemencia, nos juró - y cumplió - que al día siguiente o si se podía esa noche, entregaba la casa y tan tan, asunto arreglado.

Enseguida, como haciendo una tregua o a modo de bandera de rendición, nos preguntó:

_¿No quieren uno ?, y volteo las salchichas con tocino que se doraban en la grasa, antes de echarlas a una ollita.

_ ¡Sobres! dijimos al unísono mi compadre y yo, sin quitarle el guante de la cara, para que viera que con la justicia no se jugaba.

Dos con todo nos zampamos cada uno, mientras que el señor justificaba, tembloroso, el por qué no se había salido pero sin excusas lo haría mañana a primera hora.

Recuerdo que le respondimos, acaso, con sonidos guturales pues teníamos la boca llena y el dogo iba apenas a la mitad y no obstante, él nos agradecía tanta comprensión.

Sobre la misión que nos tenía ahí, no sabíamos nada de nada, pero el moroso sabía menos. Esa fue la clave. En cuestiones de perros calientes él era un experto y nosotros nomás sabíamos devorarlos.

Sabíamos y no. Sabía y no.

En otra ocasión, fuimos voluntariosos al domicilio de una señora que vivía en la colonia El Ranchito y deseaba regularizar su terreno que poseía desde hacía muchos años. 

Era verano, estoy seguro porque llegamos al lugar al mediodía y a los cinco minutos ya le estábamos pidiendo agua a la doñita.

Ella pudo haber querido una prescripción positiva, un declarativo de propiedad, concluyó, pero sus abogados lo que deseaban era un suero y una iluminación de Dios que nos dijera qué demonios teníamos que hacer como abogados para resolverle su problema.

Lo único que hicimos fue pedirle a la señora una cinta y en ese terreno a desnivel nos pusimos a medir lo largo y lo ancho como si fuéramos aplicados ingenieros o topógrafos, sin tener maldita idea que haríamos después con esos datos.

Nos retiramos de ahí, dejando a nuestra "cliente " muy contenta e ilusionada ya que por fin pondría en regla su patrimonio.

Pero jamás volvimos a saber de ella.

Ese es el punto: hablar y hablar sin un sonrojo en los cachetes, de lo que no se sabe y continuar por la vida muy tranquilo.

El episodio estudiantil nos sigue causando risa, pero admitiendo que no sabíamos nada y menos supimos si esa cena a costillas del arrendatario fue un soborno o el pago adelantado de gastos y costas.

Éramos ignorantes o no contábamos las tablas suficientes para estar al frente de un reto así y darle solución, pero lo admitíamos.

Que pena. En nombre de esa dupla, les pido perdón a todos.

En nombre mío, cuantimás.

Porque hay que tener la responsabilidad, la valentía, el cinismo, la humildad de admitir que no sabíamos( tanto) y que existen momentos que hay que confesar  que en tal reto profesional o cotidiano no estamos preparados al cien y más vale dar un paso al costado antes que poner en riesgo algo o alguien por andar de atrevidos o macizos.

Digo: para que no les pase lo que hace poquito le pasaba a un compañero, quien por más que se le advirtió lo que le podía suceder en esa audiencia , no hizo caso y en su pecado llevó la penitencia. Para no evidenciarlo más, diré nomas, en sentido figurado que la cara de su rival quedó intacta, en tanto que la de él quedó peor que la de Oscar Valdez en su más reciente pelea.
Pese a eso, ni se inmutó. “No soy Dios“ se limitó a decir y se fue con el sol cuando moría la audiencia.

Así, ni como ayudarle. Bien pudo haberse sometido a esa máxima que equilibra la autoestima con sensatez: “para algunas cosas soy el más buey, pero en otras nadie me gana”.

Digo yo.

Porque luego se hace costumbre y se vuelve contagioso.

Eso es grave, muy grave, ya que a pesar de mostrar tu ignorancia frente a miles de gente, ni te inmutas ni se inmutan los engañados, porque es tanto el ego de uno y la complacencia de los otros que ya no se sabe dónde empieza ni en donde termina este vanguardista juego del engaño.
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    Miguel Ángel Avilés 

    Miguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990.

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