Por Miguel Ángel Avilés
RETRATOS (HABLADOS) DE CIUDAD. RETRATO I Alejandra, de diez años, rubia y de ojos bailarines ella, escucha a su abuela que le habla sobre la historia del Mercado Municipal y la tradición del café en este lugar. La niña pone atención cuando su abuela le apunta hacia las fotos que cuelgan de la pared para que las vea, mientras le habla de aquellos tiempos. Alejandra ve con atención aquellas fotos como si se adentra en cada imagen. La abuela hace una pausa para pedir algo y Alejandra, aprovecha para hacerle la pregunta que nació después de ver esas fotos: "Abue: ¿y a ti te tocó la vida en blanco y negro ?...la señora le responde con una sonrisa como quien se sorprende y la abraza con suavidad sin decirle nada. Alejandra también insinúa una risita y, sin más, clava el tenedor en ese tamal de elote que le acaban de traer. En la pared también otros sonríen y una sombra baja de allí para pagar la cuenta. RETRATO II Él es José Núñez Valenzuela y jura que él echó a rodar esa leyenda ya mundial de que la canción Hotel California de Las Águilas, fue inspirada en el hotel de Todos Santos que lleva tal nombre. Asegura que corría el año 1976, cuando él se lanzó a la Librería Ramírez y ahí estaba el nuevo LP del famoso grupo, en cuya portada aparecía la imagen de un hostal. José le puso cuidado al diseño, observó aquello y asegura que se le figuró mucho al que, para entonces, ya existía en el ahora pueblo mágico. Con esa emoción fue a mostrárselo a su palomilla, también consideraron que tal versión podía ser cierta y, de ahí pal real, la historia, como el mismo José lo cuenta, se propagó por aquí, por allá y parece que hasta en el De Efe, donde los shakas de la publicidad le dieron más vuelo. Todo esto guarda en la memoria José y sí así le llegan los recuerdos, es porque seguramente así pasó. Hay otras versiones que cuentan lo contrario y refieren que el motivo de esta musical inspiración está cruzando la frontera con el gabacho, pero después de todo lo que ha significado esta leyenda en la región, para qué demonios habríamos de desmentir al buen José. Mejor que siga, por siempre, volando como águila, esta verdad. RETRATO III Ella, una mujer de cuerpo enjuto, pantalón de mezclilla raído, gorra beisbolera y manos aferradas a los cuernos de esa bicicleta color moho, esquiva un carro y otro y otro y avanza como quien habrá de llegar a su destino cueste lo que cueste. Ha salido de no sé dónde, tal vez del semáforo del bulevar solidaridad y camino del Seri que se puso en luz verde y continuó de frente , llevando en la parrilla a quien puede ser su hijo de escasos años , con mochila escolar en la espalda y abrazado a su madre como un koala, tal cual se agarra con las uñas de la ladera para no caer al precipicio porque sabes que cualquier bache y montículo mal puesto puede llevarlos a caer de golpe en esa terracería y dicen que de esa forma es cuando te besa el diablo. Pero ella no se detiene y sigue en un serpenteo hasta que encuentre su destino, esa escuela que ya espera a su hijo a la cual ha decidido llevarlo a diario, con lluvia o con viento, con un eclipse o una tempestad, con una tormenta de arena o lo que sea, que aquí nadie se raja frente a esta vida azarosa donde le tocó vivir. No cabe duda: todo lo nuestro, es una suma de instantes. RETRATO IV Él es José, astrónomo autodidacta, discípulo de Antonio Sánchez y, sobre todo, un hombre bueno en esta ciudad. Cuando lo vean, salúdenlo y pídanle que les hable de su oficio; les dará una cátedra sobre el universo. Pídanle también que les cuente, con la emoción que lo hace, cuando le teloneó como aficionado, a José Alfredo Jiménez, la última vez que el ídolo estuvo en la ciudad allá por 1972; ya de paso, que les cuente cuando, siendo un niño, se enfrentó en cruenta batalla al perro más feroz del barrio, encarnando apasionadamente el papel de Caje, aquel famoso personaje de la legendaria serie Combate, que tanto le gustaba ver en esos tiempos. Por supuesto que el triunfo fue para José, perdón, para Caje: al perro se le quitó lo bravo, le metió una chinga. Los que vieron la batalla dicen que José los aprisionó con sus brazos y rodaron por el suelo como dos fieras del mal. El perro soltaba unos ladridos largos y bufaba soltando espumita como si trajera la rabia, pero era el coraje, ese que te entra cuando no puedes vencer, pero además de están venciendo. José, camuflajeado de tierra quedó con todo su cuerpo encima del perro y le aplicó una llave en su pescuezo para inmovilizarlo. El perro fue quedándose quietecito como dando un aviso para recibir piedad. Caje siguió apretando sin tregua a su enemigo hasta que ya no se escuchó ningún quejido. Cuando se levantó, su mirada fulgurante se clavó por un buen rato en la figura del vencido. Después salió a trote con dirección al cerro a esperar paciente la llegada de un lucero. RETRATO V El Armando era un tipo noble, aunque, por su figura, pareciera todo lo contrario. Cada fin de semana, en esa terraza y con una cerveza cada uno, solía contarme, cual, si tarde que temprano tuviera yo que hacer su biógrafo, la manera en que partió de niño con toda su familia al otro lado como migrantes y las peripecias que eso significó. Seis o siete años o menos tenía dice esa vez que junto con su hermano Alfredo, el gringo, fueran despertados muy temprano para que cantaran el himno nacional norteamericano y así mostrarles a los agentes de allá qué tanto conocían a ese país donde se quedarían por largos años en busca de una vida mejor desde aquella vez que su padre aceptó el contrato como tornero y así intervenir en la fabricación de bombas que ese país utilizaría en la guerra de Vietnam. Me contó esa cosas y más, en español, el que siempre conservó gracia a doña Aida, su madre que un día allá murió de cáncer y en el inglés que solo él y yo entendíamos a modo de juego pero que él supo aprender tan bien como su papá hacia su trabajo en la fabricación de esas bombas. Toda muerte duele y duele más cuando es propia, nuestra, de la familia. Por eso me duele todavía hoy de mi amigo Armando que de pronto una tarde cayó muerto a causa de una infección mal atendida. El Mamo, desde entonces, ya vuela a otras latitudes, a otra frontera como esa que cruzó con el candor de un niño que da pasitos grandes, sin saber a dónde va.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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