Por Miguel Ángel Avilés
Recuerdo cuando nos creíamos mucho porque traíamos puesta la bata del laboratorio y los demás no. Eso fue en la prepa, bien lo sé y mientras empezaba la clase, esperábamos en los pasillos, ahí en donde todos nos miraran, sin saber para qué demonios servía esa prenda blanca a la hora de estar frente a una reacción química o rajando un conejo por todo lo largo de su panza. Siendo la nada, no creíamos todo. Aun así, nos sentíamos lo mejor de lo mejor ante el resto de la comunidad estudiantil, la cual no nos hacía en el mundo, ni nos pelaba, pero ahí estábamos como si fuésemos experimentados científicos, aunque no supiéramos prender ni tan siquiera un fósforo. Habían pasado dos años para que por fin nos tocara portarla, ya no envidiaríamos más a las generaciones que ya se iban y ocupando su lugar, miraríamos al resto del estudiantado, por encima del hombro. Era apenas un sub campo social reducido a unas cuantas horas de interacción diaria pero nuestro comportamiento proyectaba una visión del mundo caracterizado por las ganas de ser alguien o de tener un reconocimiento que nos distinga del otro, pero sin que ello implique un esfuerzo o la prevalencia de una capacidad o una virtud, sino el simple hecho de parecer y asumirte de ese modo, para que los demás te admiren la apariencia, no la esencia. “Las personas no son ridículas sino cuando quieren parecer o ser lo que no son”. Esto que dijo alguna vez el poeta Italiano Giacomo Leopardi, aquel que solía traer el cabello como si acabaran de dar raite en un pick up, pero también nos los pudo haber dicho en la prepa el viento marino que nos llegaba, alguna de las palmeras que crecieron en la explanada o las paredes mal pintadas y nunca pusimos atención porque la ignorancia es sorda y atrevida , capaz de retar de dientes para afuera a lo que se ponga enfrente , en tanto la realidad de lo verdaderamente sabemos no nos ponga en su lugar y quedemos expuestos, descobijados, acaso nomas agarrando de cobija a nuestra propia desnudez. El problema es que ese veinte tarda en caer y entre más perdure, más fuerte es el dolor. Pero en tanto llega, nos sentimos capaces de apagar la luna a escupitajos y levitamos hasta donde nos permita el empuje de ese ego. Si recuerdan, el carburante de nuestra pedantería era una simple bata blanca( que horas después se mancharía de chile) pero lo mismo puede ser una escuadra cortita o una .9 milímetros fajada en la cintura al llegar a tan deseado baile. Puede ser una corbata de seda que rentaste, el carro del año que no es tuyo, un nombramiento de secretario particular que consideras para siempre, un tío que es policía o una cadena diamantada, señor. Decíamos que tarde que temprano, por el paso de los años o por una estrepitosa caída a consecuencia de un ramalazo emocional que nos llegó de golpe, ponemos los pies sobre la tierra y dejamos de hacer el ridículo fingiendo ser lo que no somos. Pues sí, tarde que temprano pero la mayor de las veces tarda y ya para cuando llega la rosa de Guadalupe que nos rescata de la ridiculez y nos despierta hasta con moraleja y todo, ya tenemos una estela de errores cometidos, producto de creernos los iluminados sin dar ninguna muestra de que algo traemos en la bola. Don Bourdieu lo explicó todo esto más bonito y no tuvo necesidad de traer una bata blanca. Otros, en cambio, no dan un paso sin que traigan consigo lo que los haga mantenerse en pie y eso no es precisamente su inteligencia. Son como la antítesis de los auténticos héroes. Portan su capa llena de ocurrencias y solo así completan una frase. Se toman sus espinacas de altanería, pues de lo contrario todos miraríamos sus vacíos. Escandalizan sin interrupciones para que nadie le exija la presencia, al menos, de una idea. Son fanáticos del soliloquio porque no quieren dialogar ni con su sombra. Fingen pastorearnos sin descanso, para que no se descarrile ninguna oveja. Me hacen recordar cuando nos creíamos mucho porque traíamos puesta la bata del laboratorio y los demás no. Sin la nada, no creíamos todo: Henchidos, pletóricos, autosuficientes, dioses, cretinos, únicos, infalibles, crecidos, imprescindibles. Como si un lienzo tricolor nos engalanara el pecho.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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