Por Miguel Ángel Avilés
Así dijo La Carolina, es mañana que, sin ser la más bella del grupo y quizá por eso, sus desalmados compañeros y compañeros, la eligieron, aplastantemente para que, en ese grupo de la secundaria, los representara frente al resto del plantel como su candidata a reina. “No tengo palabras” arguyó cuando sus malditos compañeros todavía le pidieron que dijera algo y, emocionada por la nominación, ya no pudo más y tapándose la cara con sus pubertas manos, se soltó llorando. “No tengo palabras” alcanzó a decir y luego no había nadie que calmara su mar de lágrimas. El llamado bullyng no se visibilizaba pero si indagan sobre su génesis, puede que aquí, en este salón, esté una larva. Pero no me distraigo porque ese no es el tema. Lo que quiero destacar es la importancia de la palabra y que ya habiendo tantas, aun en ese entonces, no puedo creer que La Caro saliera con eso, influenciada por la emoción pero reconociendo algo que era inconcebible porque palabras le sobraban, quiero creer, pero ella no encontraba las apropiadas, las exactas, las no equivalentes, para dejar constancia de su agradecimiento. Estoy suponiendo pero a La Caro de ahí no la sacaron. Desde ese momento hasta la hora de la salida, lo único que se le escuchó fue su llanto. Sé que es un lugar común decir eso, en particular, cuando te piden que improvises un discurso, o para aderezar un brindis o cuando te sorprenden con algo en la oficina y quieren escuchar la voz de tu corazón. Pero tan bien es cierto que teniendo en el vocabulario un conjunto infinito de palabras de una lengua, es imperdonable, a estas alturas, que no eches manos de una docena de ellas y salir del paso. La Carolina no era ni por asomo un garbanzo de a libra en cuestiones de oratoria pero en otras circunstancia no le paraba la boca, que le costaba en ese rato decir. “Gracias, los amo”, “ Sé que no soy la mas bella del grupo pero por ustedes lo daré todo” “Los amo, no esperaba menos de ustedes” “les prometo que hasta este salòn, regresaré con la corona puesta” y entonces ya, si en su garganta se le hacía un nudo que a pecho abierto lo soltara a pasear. Pero no y dijo lo que ya les dije que dijo. Y es cierto, eso sucedió hace casi los cuarenta años, pero aun así , tenía a ahí a tiro de piedra , un mundo de expresiones de donde echar mano como para irse iniciando en los terrenos discursivos y tal vez ahorita fuese una destacada parlamentaria o una mujer de lucha frente a la cual se ruborizaría Abraham Lincoln desde su tumba o seria la envidia de Beatriz Paredes o cualquiera de su calibre. En una primera mirada, leo que de acuerdo el Diccionario de la Real Academia Española, el español tiene alrededor de 100.000 palabras. Mientras tanto, el número de palabras de la lengua inglesa es de 400.000. El español tiene unas 100.000 palabras. Por otra parte, no existe un alfabeto chino. Me entero que cada palabra se representa con un carácter o un compuesto de dos o tres caracteres. Un diccionario chino respetable contiene más de 85.000 caracteres. Se estima que cotidianamente están en uso 7.000. Que conste sin embargo que a La Caro se le pedía que las dijera en español. Incluso, que yo haya sabido, no se le exigía originalidad y pudo recurrir a lo que hoy podemos identificar como el Método cuentico de Madam Yasmin, algo parecido al Follow Me, pero en español y que se hace consistir en apropiarse de unas palabras, una frase, una entonación de voz, como si fuera propio y nadie se da cuenta. Tiene una efectividad por cuarenta años pero para estas fechas, pues ya nadie se hubiera acordado. Así lo hacen muchos y apantallan, creyendo el receptor que son originales y no los pueden callar ni echándoles pinole en la boca. Otros más, son el extremo opuesto de La Caro y, sin reparar en el hartazgo de la concurrencia , no tienen la prudencia de guardar silencio . Estos si van a la playa, lo que se les broncea es la lengua. Y como nadie los interpela, dan por hecho que están diciendo cosas muy interesantes y agarran monte, sin saber en dónde empezaron ni dónde acabarán, por más sin sentido que sea lo que esté diciendo el orador. ¡Parece que les estuvieran echando monedas, para que no dejen de hablar! Tienen, en no sé qué parte de sí, algo así como un parámetro. Es cuando uno quisiera que les cayera un rayo o les pegara el síndrome de La Caro y para beneplácito de todos, dijeran para siempre: “no tengo palabras”. Pero creo que ya estoy pidiendo demasiado, al fin y al cabo, un día el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Ahora ya no, pero seguirán naciendo más y más palabras, ya sabrá cada quien cómo las utiliza. Fue don Tavo Paz quien sentenció sobre Las Palabras: Dales la vuelta, cógelas del rabo (chillen, putas), azótalas, dales azúcar en la boca a las rejegas, ínflalas, globos, pínchalas, sórbeles sangre y tuétanos, sécalas, cápalas, písalas, gallo galante, tuérceles el gaznate, cocinero, desplúmalas, destrípalas, toro, buey, arrástralas, hazlas, poeta, haz que se traguen todas sus palabras. Ya me voy y me despido, citando en largo aliento, lo que dice un artículo periodístico aparecido en el periódico El País de 2014 se pregunta si el Tener más palabras en un idioma hace que este sea más rico? ¿Más palabras equivale a mayor riqueza? ¿Más palabras o más riqueza? La respuesta a esta pregunta suele ser afirmativa. El autor, Miguel Ángel Bastenier, plantea el ejemplo del inglés y del español y da los siguientes datos: 1) El número de palabras de la lengua inglesa es de 400.000. El español tiene unas 100.000 palabras. ¿Os habéis preguntado alguna vez cómo es posible esta gran diferencia? La razón está en la puerta de entrada al diccionario, muy inmediata y fácil para el inglés, pero muy lenta y difícil para el español. ¿Qué significa esto? Significa que, mientras en inglés las palabras extranjeras entran al diccionario casi inmediatamente cuando un autor ilustre las emplea en sus obras, en español el proceso de entrada es mucho más largo. Como muchos de vosotros sabéis, el español no adopta algunos préstamos del inglés con la facilidad de otros idiomas. No decimos weekend, decimos fin de semana y finde. No decimos computer, adaptamos la palabra al español y obtenemos computadora (en Hispanoamérica) u ordenador. En otras palabras, preferimos conservar una palabra española o bien preferimos “maquillar” una palabra inglesa antes que adoptarla tal y como hacen otros idiomas. El proceso para que una palabra entre en el DRAE (Diccionario de la Real Academia) es además muy largo. Hacen falta años para ello. El uso de la nueva palabra entre los hablantes tiene que estar comprobado. 2) Es verdad que el inglés tiene 400 000 palabras y el español solo 100 000 pero, ¿utilizan los hablantes esas 400 000 palabras? Parafraseando al autor, podríamos consumir cien vidas de un inglés culto sin oír a nadie utilizar palabras como tantamount, que existe en el diccionario pero no en el habla cotidiana. Por contra el español ha adaptado y adoptado muy lentamente tantas palabras e incluso frases hechas del francés que ya las considera propias: Pagar los platos rotos, No saber a qué santo encomendarse. No solo las considera propias sino que las utiliza cotidianamente. La pobreza de vocabulario es el principal error léxico que se comete a la hora de redactar. Se da por la falta de variedad. Se manifiesta de dos maneras: Repetición de palabras. “La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”. “La palabra es el arma de los humanos para aproximarse unos a otros”. “La palabra se ha dado al hombre para que pueda encubrir su pensamiento”. Esto último lo refirió Voltaire, no La Caro.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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