Por Miguel Ángel Avilés
He confesado en otras ocasiones que yo no manejo ni mis emociones, pero en cambio, en mi papel de copiloto, suelo acompañar a quien conduce en mi familia y estas que lo hacen, son mujeres. He visto así algunas reacciones, particularmente de hombres, que se vuelven iracundos si al momento de conducir hay alguna pifia de quien transita adelante de él y esta es mujer. Cualquier error, así sea mínimo, en cuanto a reglas de tránsito o pericia en el manejo,es bastante para soltar el alarido y empezar a escupir un discurso como quien se hubiera aprendido, de memoria, el legendario libro Picardía mexicana , de Armando Jiménez Farías. Estos tipos dan por hecho de que, si quien conduce el carro es mujer, siysolosi los demás peligramos y bajo ese tonto prejuicio se actúa. Todavía peor: cuando ven que, según ellos-me refiero a un varón- ella-me refiero a una mujer- cometió una imprudencia en el manejo, sueltan el grito o el insulto, partiendo de una supuesta capacidad pero sobre todo de una bravuconada cobarde y explosiva. Son ojetes, pues. Ayer mismo fui testigo de ella, pese a que el victimizado y quien de seguro aun sigue blasfemando, iba en una bicicleta, sin equipo de protección y sin echar el ojo para ningún lado, solo hacia adelante, cuál burro con tapojos, como si para él solo la ciudad entera. Vió que el carro de al lado era conducido por una mujer y entonces inició su perorata, soltando maldiciones, hasta enronquecer, mientras desde acá uno recordaba aquella película en donde algo así hace el enano Tun Tun en El Rey del Barrio y por descuidado, termina estrellándose con una guarnición o una canasta de birotes que estaba en la banqueta. Sin admitir su culpa, aumentará su ira y buscara quien se la pague, con la salvedad de que no hay loco que coma lumbre y viendo que su rival en turno no es una mujer,sino un hombre, aquel le baja dos rayitas o solo recapacita en su error, jurando que hará una autocrítica, hasta que ya lo tienen en el suelo, dándole inolvidable tranquiza. Es decir, cuando quien cometió la imprudencia es un hombre y el otro (el antes muy valientito) se percata de ello, entonces si le bajan dos rayitas o guardan silencio, como haciendo que la virgen le habla, como escondiéndose en su miedo, como encubriéndose entre sí. Tal vez habré de llamarle a esto un machismo vial, o violencia de tránsito o no sé, pero mientras me decido por un nombre, por lo pronto diré ...o mejor lo digo pero no se vale. Ocurre aquí, acá y más allá. No es exclusivo de este país, ni mucho menos de esta región. En España, por ejemplo, es un tema de estudio recurrente lo del conductor violento, y podemos ver que responde a un perfil muy concreto: es un hombre joven de 32 años, con pareja, estudios medios, con menos puntos en su carnet y que circula principalmente por vías urbanas. También como norma general, este tipo de automovilista reacciona con mucha más agresividad contra las mujeres y los conductores noveles: en esos casos se le agota antes la paciencia y recurre fácilmente a los gritos, los insultos y, cuando se cruza con una mujer, a los tópicos machistas. Uno de cada tres conductores (el 35%, por más precisión) confiesa su impaciencia e irritabilidad al volante, pero no ocurre igual en toda España: los murcianos y los riojanos son los que se encienden más rápidamente al volante, según propia confesión, mientras que los gallegos y los extremeños se ven a sí mismos como los más tolerantes al conducir. Yo no tengo la película completa de lo que ocurrió durante la semana en esta capital, en cuyos hechos una mujer reacciona, a mi parecer, defensivamente, contra un fulano que la ajeraba para que se moviera en su carro, sin considerar que eso era menos que imposible ya que la lluvia que había caído, momentos antes, había dejado a ese boulevar como el punto final de las cataratas del Niágara o el área de Agua azul de Chiapas. No, no tengo la historia completa, es verdad, pero apuesto doble contra sencillo que la histórica, la memorable, la tutorial reacción de la mujer que se columpia sobre la ventana del copiloto, para responder al que ahora ya es identificado con el indeleble epíteto de "El faldilludo", no fue a la primera de cambio, no y se lo puede firmar ante un notario, sino que estuvo dale y dale para ella se quitara, avanzara, se hiciera a un lado, desapareciera o que se yo, pero que hiciera algo ya, porque la "incapacidad" femenina al volante, lo orangutiza, lo perturba, lo desquicia, sin control alguno. Esa es mi teoría y me gustaría escuchar la de ustedes. También me gustaría conocer las versiones de los protagonistas- él y ella - y de los testigos presentes. Todo eso me gustaría, para terminar con esto mío, que son meras especulaciones. Lo que no me gustaría y sobre todo, no creo que sea conveniente, es una reconstrucción de hechos. No, de ninguna manera. Por el bien de todos y sobre todo para ese hombre, el ya inmortal faldilludo. Sobre todo si es en el mismo lugar, y con la misma gente.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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