Por Miguel Ángel Avilés
Algunos le sacan al tema de la nostalgia y piden no pensar en eso. Pobrecitos, si supieran que la nostalgia no es más que el recuerdo de lo amoroso y aunque duela, recurrimos a ella para no olvidar momentos felices y pedacitos de vida que, gracias a ellos, pudimos crecer. Sí bien no es para usarla como herramienta de flagelación, tampoco es para convertirla en un tabú, destinada a no vivirla. Es que no sentimos nostalgia por el carro que nos pudo atropellar al andar jugando cascaritas en la calle, ni por ese botellazo que nos dieron en la cabeza por andar de mitoteros en esa trifulca, ni por un examen de matemáticas en la prepa que a punto estuvo de privarte de la universidad crítica, democrática y popular (cuando había). Tampoco sentimos nostalgia por esa joven que nos dejó plantados, y prefirió a ese güero cacarizo, con la cara llena de granos y los ojos extraviados. Menos por ese juego en donde el América fue humillantemente derrotado por el Cruz Azul. Nel, pastel. Y es que me pongo a investigar ahorita mismo, la nostalgia (del griego clásico νόστος [nóstos], «regreso», y ἄλγος [álgos], «dolor») es un sentimiento de tristeza mezclado con placer y afecto cuando piensas en tiempos felices en el pasado, también descrita como un sentimiento de anhelo por un momento, situación o acontecimiento pasado. Chale ¿porque todo viene del griego? Un día los griegos, sentirán nostalgia, porque ya no todo viene del griego. A cambio, tal palabra vendrá del idioma Tepito, gracias al Dios Armando Ramírez o tendrá un origen Caborquense, reivindicando a esos sustantivos que se volvían verbos en la poesía de Abigael Bohóquez o explicarán el nacimiento de lo que ustedes gusten desde el génesis o el evangelio, según Ibargüengoitia, Dehesa o Monsiváis. Y al hacerlo, sentirán nostalgia, me cae que sí. Hagan de cuenta aquel que, en la voz de Los Donneños, soltaba: "De qué sirvió, aquel amor que me juraste, de qué sirvió, poner mi fé en tu corazón, y al darte mi alma, de mi vida te ausentaste, y te llevaste de mi vida la ilusión". Era un ingrato amor (según él) pero nadie le quita lo bailado, y si cantada adolorido por un pasado, pero, en el fondo, desearía estar ahí y vivir lo que vivió, luego entonces, no hace más que entonar un himno a la nostalgia. Bendita nostalgia. Más bien: pobre nostalgia. Y es que ni con el psicoanálisis, ni la hipnosis, ni el peyote, o el sapito, se puede ir, gratuitamente, a ese momento de felicidad que esta añoranza nos ofrece. Comparto un ejemplo y me voy: Hoy, un amigo entrañable a quien aprecio por culpa de la nostalgia. , habló de una cafetera y alguien le sumó como adjetivo lo de peltre azul, despostillada. "Sí, una cafetera azul", : claro, una cafetera despostillada" y afloraron los bellos recuerdos. Otro dijo que era como hablar de la estética de la pobreza. Sí, precisó su interlocutor: "pa nosotros era algo fregón pero tenía que ver con la escasez que había en casa de nuestros padres y de ahi salían tantas cosas imborrables , que nos hicieron pasar momentos felices a nosotros, pero era un suspiro en ellos, porque habían salido adelante, como otro día más. Tal cual lo era. Pero, en ese momento, habían sentido el amor de alguien y por eso hoy recordaban o simplemente estaban amando a lo que ya se fue, sin estar. Quiero decirles, pues, que andan mal: la nostalgia no es tristeza ni pesadumbre, es la entera felicidad que se recuerda. La nostalgia es el recuerdo de lo amoroso. Lo que mantenemos presente para seguirlo amando, lo que reconstruimos, con dolor intencional, y hacemos con esos pedacitos de añoranzas, un camino que busca sanar heridas para que sean efímeros olvidos. Abundaré en tema, con esta fábula o más que nada, con algo sobre la biografía de quien me dicta esta columna: El Pushi tiene la bondadosa costumbre de despedirnos y recibirnos todos los días. Nos vamos a trabajar o al divertimento y él, ya está en la ventana, paradito, viéndonos, como alguien que despide a un ser querido que volverá por la tarde, al tercer dia, a los meses, a los años, o en la fecha prometida, pero volverá. El Pushi es como tantos y tantas que se han quedado en la ventana, paraditos, viéndonos o en la puerta de la casa, despidiéndonos luego de una visita o porque sales de viaje un fin de semana o porque inicias el periplo hacia una ciudad extraña donde está, lo que, según tú, chamaco pendejo e inexperto, un porvenir que acaso pudo dictarte el inconsciente. El Pushi es recuerdo y puede que también sea nostalgia. Es alegría por ese gesto que lo hace estar ahí, caminando junto contigo hasta la banqueta, o hasta la estación de un tren que ya pita o hasta unos cuantos metros de un ferry en donde ya empiezan a subir los pasajeros que deciden irse porque sí o porque no, porque ha llegado el tiempo de crecer , pese a la resistencia amorosa toda la vida de un madre o porque deseas paz y sales huyendo de ese pedacito de tierra donde quizá seas nomas un testimonio para contarlo después, pero nunca la valía de un protagonista que, tontamente, nunca ve a los que ven. El Pushi es todo eso: suspiro, dolor, alegría, ilusión, búsqueda, apuesta, espera, ausencia, presencia, gracia, recuerdo, resistencia, porvenir y dolor, pero siempre a un ladito de lo que uno decide y quiere ser. Con todo lo que venga, quiere ser. Es como todo, cuando queremos SER.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
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