Por Miguel Ángel Avilés
Quería iniciar con su definición, pero lo dejaré para después, más adelantito. A ustedes les ha pasado, estoy seguro. Si tienen paciencia, ahorita les pongo algunos ejemplos. Bueno, eso espero. A poco no tienen dos o tres cosas en su agenda, por hacer y transcurrida unas horas, un día, la semana entera o el año, no hemos avanzado un solo paso y nos llega una rara emoción. Calma. Sé que se te llena el buche de penita y no hayas como justificar que el encargo, la tarea, la encomienda, no se ha concluido por causas ajenas a tu voluntad. Y aquellos que no saben que es ese dolor del alma, reclamarán o arremeterán contra ti, sin saber que el primero que se reprochó la tardanza, es uno mismo. Con ganas de decirle: procrastinar, carnalito, no es un asunto de holgazanería, sino de manejo de las emociones. Esto lo copié de un texto bien fregón sobre el tema y me gustó porque da en el clavo y esclarece el punto. Chin, aun no les digo que significa, pero no se desesperen. A punto estuve de decírselo, pero otra vez sentí algo en el pecho, como que angustia, como que agobia y aquí me tienen tardándome varios párrafos sin cumplirles. No teman. Ya no. Cuando la defina sabrán que no es nada malo y tampoco tan ajena, por más trabalenguoso que suene. Tampoco se asusten con la palabra ni se sientan mal si su significado los retrata. «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Dijo Ludwig Wittgenstein y es verdad. “Con nuestras formas de expresión no solo decimos cosas, sino que nos relacionamos con el mundo y con los demás” leí hace unos segundos. Les pudiera hablar más de quien fue un filósofo, matemático, lingüista y etcétera y etcétera pero no traigo ganas y no les aseguro que lo pueda hacer después. Yo si quisiera, pero mi voluntad está hecha añicos y lo pospongo. Cuanto acumulo, cuantos suspiros, que ganas de estar al corriente en todas nuestras tareas laborales o familiares, pero hay un susto aferrado al presente que nos hace dejar para otro día, lo que puede terminarse hoy. No, compita. No es flojera. Si lo fuera, no sufriéramos con la procrastinación o lo que trae consigo esta. Lo ideal es ponerse manos a la obra ya, de inmediato y sacar avante cuanta actividad tengamos en curso. Pero ronda el temor al fracaso y martiriza en demasía la búsqueda de la perfección. Algunos estudiosos señalan que Procrastinar forma parte de la condición humana. No es, para nada, una enfermedad, concluyen. Y puede que no lo sea como tal, es cierto, incluso nunca he visto que se anuncie algún médico procrastinólogo ni tampoco sé de algún té o algún remedio que quite la procrastinarían ni he sabido que se hagan cirugías a procrastinación abierta. _ Iré al issste por las pastillas para la presión, dirá alguno _ “Y yo mañana tengo que recoger el medicamento para la lumbalgia y para el reflujo”, presumirá otro. Pero nadie acude porque le ande pegando muy fuerte la procrastinación y no lo deja dormir. Según leo, “Cuando tenemos que enfrentarnos a una tarea desagradable se produce una guerra silenciosa en el interior de nuestro cerebro. El sistema límbico (que es la parte del cerebro que incluye el centro de placer) y la corteza prefrontal (que es la zona que se dedica a planificar) compiten por controlar la situación”. Si la corteza prefrontal le pega una recia al sistema límbico, nos aplicamos de inmediato en esa tarea por más desagradable o compleja que resulte. Al revés, cuando el sistema límbico le aplica la de acaballo a doña corteza y le cuentan las tres palmadas, es entonces cuando postergamos esa tarea y la sustituimos por otra que, aunque no es importante, sí nos genera placer a corto plazo, pero sobre todo no nos agobia. El problema de la procrastinación, bien lo dice el autor Aurelio Jimenez , quien por cierto tiene como nombre de beisbolista, es que engancha y va a más. Aunque tenemos muy clarito, siempre, de qué estamos haciendo las cosas mal, y eso nos provoca nerviosismo y sensación de culpabilidad, no somos capaces de parar y empezar a hacer la tarea importante. Esto sucede, dice, por culpa de la dopamina, que modifica las neuronas de nuestro cerebro y nos hace perder el control. ¡Ah jijo! Dependiendo de cada persona, tras la conducta de la procrastinación, encontramos diversas causas. De este modo, hay personas que son tan pero tan perfeccionistas que no inician una tarea o le dan muchas vueltas al asunto, por miedo a no poder realizarla con la perfección que les gustaría. Su cerebro les hace creer que no es el mejor momento para realizarla y que si en ese rato te pones a chambear, el resultado sería espantoso. De cómo ponerle un estate quieto a la procrastinación, ya les hablaré en otro momento. A propósito, ya lo estaba olvidando: Etimológicamente, “procrastinación” deriva del verbo en latín procrastināre, postergar hasta mañana. Sin embargo, es más que postergar voluntariamente. La procrastinación también deriva de la palabra del griego antiguo akrasia, hacer algo en contra de nuestro mejor juicio. Eso es y recuerdo muy bien que la primera vez que escuché la palabra fue en la radio, en voz de mi amiga Bertha. Ella me contó más al respecto, mucho más, pero luego, en otra ocasión, les cuento.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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