Por Miguel Ángel Avilés
El padre Luis, sobre quien les haré un resumen biográfico al pie de esta columna a la que, por cierto, ya le queda poco más de un año de vida, solía conducir un viejo pickup verde, con el cual iba y venía por las calles de la ciudad, con el propósito, entre otras cosas, de llenarlo de gente, sobre todo de jóvenes rebeldes, para llevárselos a misa o, si fuera el caso, a la doctrina. Así de entregado con su causa era el Padre Luis pero un día, según cuentan- porque luego dirán que yo lo inventé- anunció en su homilía tempranera que, sin más remedio, tendría que deshacerse de su carro y que, al no haber salido hasta ese momento un comprador, tomó la sabia decisión de rifarlo. Desde acá, viendo al padre desde la barrera, lo vieron extrañados como reclamándole un porque tan de repente pero, sin importarle lagrimitas de dos o tres señoras con velo en la cabeza y exclamaciones que no remediaban nada ,él dijo que la iglesia requería no sé qué arreglos postergados, que él traía apuros económicos y que aparte, un carro para su misión franciscana era un lujo heredado por lo que lo antecedieron y que su congruencia le dictaba que sí o sí, tenía que venderlo. - “tranquilícense”, llamó el padre Luis, esto es un lujo pero no creo que lo valga, es demasiado para mi plan de austeridad tan campechano pero cuento gracias a dios, con la moto que ustedes han visto aquí parqueada y a mí, para moverme, eso me basta. Las tres señoras con el velo en la cabeza , le metieron volumen a su llanto, hicieron por levantarse para ir hacia el padre Luis y este le paró los tacos en seco, diciéndoles, aunque con otras palabras que a él no le gustaban los cultos a la personalidad, que la humildad ante todo, que esas prácticas ya habían quedado atrás y bla bla blá. Así quedó la cosa y luego de darse la paz deseando siempre que esté contigo, todos salieron extasiados por esa congruencia del padre y su despojo de lujos heredados, que no los tenía ni Juan Pablo II. A los días, los boletos empezaron a rolar y no sé de ninguno que se quedara sin comprar uno, al grado tal que muchos dijeron que si alguien se lo sacaba, que no lo entregara y lo volviera a rifar. El padre Luis, pues, tenía de su lado al pueblo entero y si quería hacer eso que sugerían o entregarles una balde de almejas o un balón ponchado o una mano de plátano en lugar del carro ofrecido en la rifa, sería bienvenido. Es más, si no le entregaba nada al feligrés premiado, este le agradecería gozoso. Como el apoyo era incondicional y absoluto, lo dejaron ser y durante mucho tiempo, nadie le pidió alguna rendición de cuentas sobre esa rifa, si ya se había realizado o el pichirilo de marras seguía aún estaba por ahí a la vista de los interesados en una cartera de boletos, pero causándole gastos de piso que habría que pagarse con la limosna levantada misa tras misa. Sin embargo, nunca falta el parroquiano incómodo, imprudente, golpista, apóstata, aliado de los grupos de intereses creados y en una de esas tardes que el padre sacaba en reversa el mentado carro, aquel hijo de Dios, soltó las preguntas : _ Qué ondas, padre ¿todavía no se hace la rifa del carrito? lo interrogó, mientras le daba unas talladitas al retrovisor pa’ quitarle el polvo. _ Ya, desde cuando que la hicimos, hijo _ ¿Queeé?..No supe ..¿ y quién se lo sacó? _ El espíritu santo, hijo, el espíritu santo _ ¿Ah sí? ¿ y porque todavía lo trae usted ? _ Ah, porque no lo quiso y me lo regresó... Dicho esto, el padre lo dejó con la palabra en la boca y salió despacio, al tiempo que, con su manita blanca, le improvisaba una bendición. Al domingo siguiente, cuando algo comentaría, todos, muy adoctrinados, le hicieron el feo y optó por guardar para otro día su afán de hacer sobre la rifa una alusión. Pero eso nunca se pudo, ya que el padre se fue para Uganda y en su lugar no recuerdo ni quien quedó. Esto que en otras circunstancias pudo constituir incluso un delito - fraude, por ejemplo- solo quedó en la anécdota y en el recuerdo colectivo de la población. Pudo ser mentira o falsedad pero así lo recuerdan más de uno y de eso no tengo la culpa yo. Es más : dicen que después de “rifarlo” y no entregar ni la cantidad en pesos de lo que podía valer esa carcacha , meses después terminó rematándolo a precio de banqueta. Para fines literarios, el dilema, entre realidad y fantasía, es un asunto menor. Aparte no sería la primera ni la última vez que pase algo así y los inocentes caigan. Ahorita, a propósito, recuerdo al ex boxeador Víctor Rabanales, apodado "El Lacandón" a quien le vendieron el Popocatépetl, en una ocasión. Era 1992 y pandeando al burro antes de tenerlo, declaró que lo primero que planeaba instalar en el objeto materia de esa compra, sería una escuela para la formación de pugilistas a grandes alturas. Con otro pedazo de terreno construiría una inmensa granja de conejos, y con lo que le quedaba, se haría una casa para que él y su esposa vivieran felices por el resto de sus vidas. Por supuesto, los embaucadores dieron por hecho que, por culpa de los excesos en drogas y alcohol, al ex campeón de peso gallo, ya se le iba el avión. Entonces se aprovecharon de su inocencia y de la poca sal en la mollera que él tenía. Se aprovecharon de su credulidad y la buena fe que lo caracterizaba como tantos que emergen del pueblo y al pueblo se deberán por siempre. Que orgullo, me cae que sí, que orgullo. Pero se aprovecharon porque de cualquiera así, alguien se aprovechará, sobre todo si le hace creer que está de su lado y su única misión en la tierra, es beneficiar o comulgar a la derecha del pueblo. Bueno, eso creo. Pero a lo mejor o a no dudar, a estas alturas, a mi también se me va el avión. Maldito avión. * Cuando vivía el padre Luis Rugguera, quien además de la real, siempre se le construyó una biografía inventada por los bisbiseos de la gente. El padre fue de carne y huesos, pero también fue una leyenda que vino de no sé dónde, de por allá de fuera del todavía territorio. Le empezaron a construir patrañas que nunca le dio por desmentir o, que a lo mejor, nunca se dio cuenta o se le resbalaba; vaya usted a saber. Para todos era un personaje con el que se encariñaron, aunque no fuera oriundo de por acá, porque tenía todo para caer bien: pelón, unos ojos pizpiretos y una sonrisa tierna, que a lo mejor fue lo que le llevó a conquistar a esas damas, con las que el rumor le endilgaba la procreación de un hijo, que de ser cierto, ya deben de estar grandes; nada más que su padre-padre ya no vive, porque a los años de que se regresó de la República de Uganda, a dónde partió de misionero, fue atropellado cuando iba volando en su vieja moto verde, que siempre conducía, la misma que llegaron a decir que varias veces rifó, junto con un pick-up, que también tenía, pero que juraba, por todos los santos, que el premiado había sido el espurio santo, y, como éste no quería cosas que fueran materiales, se las regresaba y todos contentos, como él siempre andaba. Si sabía que no ibas a la doctrina, te pintaba un ligero coscorrón en la cabeza y te conminaba a que fueras a confesarte, si ya habías comulgado por primera vez, o si no, te exhortaba con suave advertencia para que empezaras a prepararte y hacer la primera comunión, de preferencia en la capilla del Perpetuo Socorro, que era donde él, al principio, tenía sus dominios. De ser cierto todo lo que se dijo de él, entonces sí se daba sus escapaditas por los pueblos, trepado en su multirrifada carcancha, en donde también montaba a los niños que iba recogiendo en el camino para llevárselos a misa, y pedir a Dios por todos.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
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