Por Miguel Ángel Avilés
El que fuera oriundo de Tréveris Alemania y que muriera en Londres un 14 de marzo de mil ochocientos y tantos, o sea Carlos Marx, distinguía en toda mercancía su valor de uso de su valor de cambio. El valor de uso es el valor que un objeto tiene para satisfacer una necesidad. El valor de cambio es el valor que un objeto tiene en el mercado, y se expresa en términos cuantitativos, medidos por el dinero. Eso decía don Maurice y también identificado como uno de los tres principales arquitectos de la ciencia social moderna (estoy hablando del mismo, no vayan a creer que son dos personas) y, sin buscarle mucho, yo estoy de acuerdo con él, en tanto que le esté entendiendo bien lo que dijo. Ambos somos marxistas, él como referente de una obra que algunos comparten, y su servidor por nacer en marzo, pero qué tanto es tantito, si ahora lo que quiero es traer a colación esa diferencia de valores que, entre otras cosas hizo, cuando en el debate público su ideas políticas, económicas y sociales creadas a mediados del siglo XIX. ¡Chanfle!, son muchos los años que han pasado y no sé sí estemos preparados para resistir un análisis de una magnitud tal que nos permita estimar, aunque sea con indicios, que don Charly aún estaba lúcido al momento de compartirnos su trabajo al respecto como para tomarlo en cuenta o ya corría el riesgo de ser declarado como una persona interdicto. Hago una pausa y resumo: se llama interdicción cuando una persona es declarada judicialmente incapaz por carecer de las aptitudes generales para gobernarse, cuidarse y administrar sus bienes, por lo cual debe ser sometida a la guarda de un tutor. Ignoro si Marx podía alcanzar esa categoría jurídica y si me pongo a ofrecer unos peritos después de tantos años para acreditarlo, entonces al que van a interditar es a mí. Olvídenlo. Mejor regresemos a la actualidad y busquemos dos tres ejemplos para mapear si este hombre de la barba larga y el pelo crecidito que se parece tanto al personaje señor de Amores perros, tenía razón o no. Se me ocurre observar a... No, miento, olviden todo lo anterior. Creo que lo que más nos ayudan para lo que buscamos saber, son esos o esas (por cierto, nomás lo he visto en hombres) que pueden estar frente a nosotros, pero jamás pensarías que ellos, al tiempo y más adelante, serían memoria o dignos de recordarse, aunque sea como material didáctico. Me refiero a los aparatos conocidos como de manos libres o kit manos libres y son aquellos dispositivos que se utilizan para poder hablar por teléfono sin necesidad de usar las manos ni sostener los aparatos junto a la cabeza. Pero entiendo yo que se hicieron, específica o particularmente para cuando alguien fuese manejando y no corriera el riesgo de un posible accidente al no llevar las dos manos bien puestas en el volante. Es decir, el instrumento, cuando fue creado, tenía un valor de uso. Era necesario en tanto que servía para que los choferes no anduvieran cargando a la virgen y prendiendo los cuetes al mismo tiempo. Resolvía pues, un problema de la vida diaria. Si alguien no quería exponerse, entonces se dejaría de cosas y perdiéndole el amor a unos pesos, lo comprobaría y asunto arreglado, podía ir hablando tranquilamente desde Mérida hasta Ensenada y su integridad como si nada. Me imagino que pasó de tener un valor de uso a tener también un valor de cambio , el día que algún distraído llegó a su destino bajose, sin percatarse, que aún traía puesto eso y cuando menos acordó ya andaba hablando para no sé dónde como si hablara solo. Ese fue el detalle. Y como pensó que se le quedaban viendo con admiración, no por raro, le dio por seguir usándolo de ese modo y no nada más al subirse al carro. Luego lo imitaron otros y otros y otros y de inmediato los proveedores se dieron cuenta. Pusieron en marcha un plan para hacer varios estilos y a los pocos años eran menos los que lo usaban con el fin para lo cual fue creado y muchos, muchos más los que, sintiéndose de otra galaxia, andaba de arriba para abajo pero a pie, hable y hable como si platicara solo o con un fantasma o con su sombra. Y por mi que hablen con un cometa, un árbol o con todos sus antepasados, pero que avisen - con una letrerito colgado en el pescuezo por ejemplo - que andan hablando por teléfono con alguien y no con uno, porque hasta ademanes hacen como si el interlocutor los estuviera viendo o un jurado les entregará un reconocimiento público por su exitoso mérito de andar por la calle o en una oficina pública, hablando solo. De una necesidad, pasamos a un status. Ya no se adquiere ese objeto para no darse un buen trancazo por ir distraído. No. En buena parte es para que lo miren o verse para sí como si eso lo volviera un superior, frente al peladaje, frente a una muchedumbre que babea de envidia al contemplarlo. Si supieran en verdad lo que pensamos, me cae que no los compran. “Para superar el capitalismo, el valor de uso debe prevalecer sobre el valor de cambio (...) se requiere revolucionar el modo en que adjudicamos valor al trabajo”. La ciudad es un botín de la lucha de clases”, sentencia el geógrafo y teórico social marxista británico, David Harvey y me canso ganso que tiene razón. Pero hay muchos candidatos a ser interditados que no entienden y ahí andan. Literalmente, ahí andan y no lo quieren comprender.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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