Por Violant Muñoz y Genovés El escritor y periodista Máximo Huerta se zambulle en una conmovedora novela para enfrentarse a la más dura de sus narraciones, la de su propia vida. Adiós, pequeño es la historia de una familia que intenta ser feliz a pesar de todo. «Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido». Así arranca el desgarrador testimonio de un escritor enfrentado a la más dura de sus narraciones, la de su propia vida. Asaltado por los recuerdos mientras cuida a su madre enferma, el pasado se le presenta con vacíos que no logra llenar. A través de silencios y de un gran talento para la observación el autor desnuda su intimidad y nos obsequia, con belleza y maestría, el retrato de un país y una época desde su propio universo familiar. Lo acompaña como confidente su vieja mascota, una perra leal y encantadora. Descubrir por qué elegimos amar a quién no amamos exige una sinceridad implacable, y eso es lo que no falta en este hermoso relato de despedida. Con un relato intimista y valiente, el autor reconstruye una infancia en la que todos, abuelos, padres e hijos, han callado demasiado. «Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido. Esa es la única verdad de mi vida. Poco importa el desenlace, ni la trama de esta novela.» Así arranca el desgarrador testimonio de un escritor enfrentado a su relato más difícil, el de su propia vida. El protagonista se ve asaltado por los recuerdos mientras cuida a su madre enferma en la casa familiar de Buñol, el pueblo al que regresa y sobre el que reconstruirá su historia personal. Sin embargo, el pasado se le presenta con vacíos que no logra llenar y a los que su madre, más dada a callar que a confesar, no siempre dará respuesta. Y es que transitar por la memoria muchas veces resulta doloroso y nos descubre el fracaso de nuestras ilusiones y las pocas oportunidades que nos restan. «Volver no es fácil. Sin embargo, a veces hay que hacerlo». Los personajes principales Máximo Huertas, el autor. Observador tenaz, el escritor y periodista encara la madurez sumergiéndose en la historia familiar y reflexiona sobre el paso del tiempo y su identidad personal. Ocuparse de su madre es uno de los detonantes, al igual que volver a la casa de Buñol—con todo lo que contiene y simboliza—y pasear por el pueblo junto a su perrita —recorriendo aquellos lugares que perduran en su interior—. Los lectores conocerán al adulto que es, pero también al niño de piel fina y mirada impresionable que disfrutaba comiendo los dulces de la Reme o yendo a su primer campamento. «El niño que soy, crecido y con canas, está feliz de haber viajado, quiere más, pero lo pide de otra manera. ¿Cómo ha sido? No lo sé. ¿Cómo ha pasado el tiempo? ¿Dónde está el sumidero que se lleva los años poquito a poco o a toda velocidad?» «Encaro los cincuenta años con la serenidad que da haber perdido algunas batallas, un padre muerto con el que quedaron todas las conversaciones pendientes y una madre que se despide poco a poco. Debo acostumbrarme a mi deterioro físico, la tripa, los kilos, la miopía, la hernia de hiato,las malas digestiones, la falta de firmeza, el asma y otros etcéteras. Los cincuenta son lo que son, no me preocupan en absoluto. Es todo lo que rodea a esa cifra lo que se desmorona. Se acaba una vida vivida torpemente». Clara, su madre. El autor la retrata con admiración y amor, pero también con la sensación de que ella podría haber vivido una vida más acorde con su verdadero yo. La mujer es fruto de la generación a la que perteneció: una luchadora incansable, sufridora y poco dada a satisfacer sus propios deseos. «Un día, así lo siento; un día que espero que sea tarde, recordaré la imagen que tengo ahora frente a mí. Está mamá sentada en el sillón, tras la siesta, con la manta gris sobre las piernas, las manos viejas entrelazadas, el jersey verde que compramos en el bazar con varias manchas de lejía y una chaquetilla azul que le gusta mucho porque es cálida y cómoda. Lleva el pelo retirado, tras las orejas, los pendientes de aro, erguida hacia la estufa encendida, doña Leo dormida a su derecha y la luz iluminando media cara que tantas veces he besado. No dice nada y lo dice todo. Es un “estoy”. Un “qué bien”. Un “no hace falta más”». Máximo, su padre. Es un hombre estricto y ausente, poco dado a mostrar afecto por su mujer y su hijo y que prefiere estar fuera de casa. El autor destaca el final de la vida de este, también marcado por una enfermedad que le cambió, y todo lo que supuso para él haberle tenido como padre. «La chimenea estuvo cerrada siempre, con una tabla que tabicaba el tiro para no ser utilizada. Supongo que mi padre se arrepintió, como debió de arrepentirse de toda su vida. Pero era terco, con esa tozudez del que no cede porque cree que es menos hombre, como se decía entonces. Y fue de esos que comprendieron, herencias recibidas, que tenerle miedo al padre era igual que respetarlo». «La conversación nunca mantenida, el beso de buenas noches obligado, la rueda pinchada, el ronquido de la siesta, el café frío, la página de pasatiempos, el sudor en las patillas, el humo, tu sillón, la mala hostia, el silencio, tus problemas para pedir perdón, mi atasco para no buscarlo. Papá es el que fue, y yo soy hijo de todo eso». La abuela Irene. La fortaleza de su abuela materna, enérgica, rural y coqueta, aporta luz a la infancia de Máximo. Al igual que su madre, mujeres como ella eran la verdadera columna vertebral de las familias. «”Nosotras nos quedamos aquí.” Mi abuela siempre usó el femenino mucho antes de que vinieran con los lenguajes inclusivos. La Irene hablaba en femenino si había más mujeres, era cosa suya. Yo la corregía, pero a ella le daba igual. Mujer de buen comer, de misa, de rezar el rosario, de su Virgen del Remedio y de su Santa Rita de Casia, de abanicos en la faltriquera, de moño italiano, de collarcito siempre, de colonia a mano, y polvos de Maderas de Oriente, de taconcitos, de dulce y de salado, y de mujer de fuerza y agilidad para mover lo que hiciera falta cuando hiciera falta. Y, sí, de nosotras». «Era poderosa. Y callada. Callar era el verbo más conjugado del mundo. Sus gestos, la mirada perdida en el balcón, fija en las agujas, hermética en la cocina, silenciosa en misa, alegre frente a la pastelería, valiente en el trastero, estoica ante el frío, briosa con la palangana de jabones, alborozada en Navidad con los adornos, dinámica poniendo la mesa, invencible frente al espejo. La Irene no estaba quieta nunca. Hacía». Doña Leo, la perra. Adorable y con carácter, la perra es el contrapunto de la narración más introspectiva. Doña Leo le da un respiro al autor en su labor de plasmar en el papel sus sentimientos y recuerdos. «Tiene Leo las orejitas suaves y la panza roja como los chicles, los pies anaranjados como el final de las montañas a esa hora de la tarde, y su cuerpo, negro, brilla limpio con estrellas de tomillo». «Le gusta mirar desde el balcón las nubes que quedan a su altura en esta casa que vuela sobre el pueblo. Mira tras el cristal o sale fuera y saca la cabeza entre los barrotes. Allí se queda pensando. Tal vez habla con mi padre, que andará fumando entre ese cielo provocando nubes grises de cigarro Farias». Los grandes temas de ‘Adiós, pequeño’ Los silencios. Casi todas las familias acumulan silencios para evitar episodios difíciles de afrontar. La novela hace alusión a los tabús familiares y a aquellos momentos que no se mencionan por miedo a remover el pasado. «Se calla. Como tantas veces, solo afloran los recuerdos que están curados; los otros, esos que escuché a oscuras, van para adentro. Y allí se quedarán. Hay un lugar en el cuerpo donde habitan controlados los fantasmas, los muertos y los dolores que siguen escociendo; un espacio estrecho entre el pecho y el estómago que a veces se hunde porque algo se ha movido. Ay. Mamá se pone muchas veces la mano ahí, y es entonces cuando no pregunto. Silencio». «Este clima de paz en el que decidimos vivir, sin sacar el pasado a la superficie, sin hablar de los años duros, sin mencionar qué pasó en mi nacimiento, sin hablar del amor, sin trasladarnos a la casa de Utiel, sin tocar ni un solo tema que pueda derretir la calma y hacer, el agua dulce, sal marina. Esa es la razón de la frialdad. La contención». La memoria. Los recuerdos gobiernan esta narración. Para el autor, la memoria, no solo está llena de verdad, sino también de mentira. En este viaje literario hay dosis de realidad y de ficción, porque no todo lo que se recuerda sucedió tal cual se representa. Uno de los objetivos del autor es luchar contra el olvido. «El tiempo y sus caprichos. No voy a vivir más que lo que el texto quiera, ni siquiera mamá. Ni mi perra. Nos iremos yendo, poquito a poco. Y si ha de quedar, que sea esto. Un universo de poquitas vidas, de poquita gente, de los sueños dormidos y los conseguidos. Los sabores de la abuela, la maña de papá para las herramientas, la postura de mamá en la Singer, los olores, el tacto de los silencios, los bofetones. Mi silla en el colegio y mi escondite, la música del coche y el “ven, que ya está la comida”. Recuerdos. Los que me dé la gana. Me ha dado por salir al balcón a decir adiós, a ver cómo se aleja de una vez el niño que fuimos, que fuí, calle abajo, hacia los pinos, allí donde jugaba a ser mayor». «Mi único propósito es que esto que tenéis entre las manos no parezca una colección de dolores, sino de recuerdos, porque si no los cuento yo se perderán. Intento escarbar en la memoria y en la de mamá, pero ella hace silencios como si amasara pan. Son sus elipsis. Uno los trozos de la foto como puedo». Las relaciones entre padres e hijos. De pequeño, Máximo se sentía más cercano a su madre que a su padre. Aunque haya episodios de todo tipo, las muestras de afecto no fueron una constante en sus vidas, como tampoco las confidencias. El lector conocerá cómo se construyó el vínculo del autor con los dos. «Solo los dos ha sido un castigo y una bendición a lo largo de nuestras vidas. Porque ese apego me separó de otros mundos que tardaron en llegar, otro tipo de descubrimientos, también cifrados, para los que no tenía lector. Mamá fue mi prisionera y yo su preso. Y serlo nos salvaba de papá. Pero la herencia de esos apegos es hoy, trágicamente, una solitaria de dolor, peligrosa porque se acerca anunciando la muerte. El veneno de los años va entrando poco a poco, destrozando todo lo que encuentra a su paso, como el viento, golpeando la cara, los huesos y las paredes». El amor incondicional. A pesar de la incomunicación o de la infidelidad, la novela también destaca el amor de Máximo por los suyos y el de su madre por él. Porque ese amor, aunque no se manifieste física o verbalmente, existe por encima de todo. «Ese amor incondicional solo lo ofrecemos los perros y yo. Ese amor que he ofrecido a mi madre, que envejece de golpe, también ha sido incondicional. He entregado mis años de infancia , de adolescencia, y tras una pausa en la que disfruté del alcohol y los amores en Madrid, también mi madurez. Me he convertido en su cuidador y sufro sus miedos como míos. Sus rabias. Sus enfados. Su terror a morir que, a veces, verbaliza. Quiero vivir, grita en un desespero que hace eco en mi espacio vacío. Yermo también». «Aunque todos echamos de menos los abrazos estoy convencido que en la ausencia de ellos, ha habido más amor. AMOR, sí. Porque muchas veces la espera de un abrazo es infinitamente más bonita que el gesto. “Te quiero, mamá.” “Y yo a ti.” Silencio. Es un silencio». La evocación del pasado. La nostalgia y el dolor se mezclan en este relato vivido y ficcionado por Máximo Huerta. Hay un poco de sufrimiento e infidelidad cuando cuenta y evoca acontecimientos pasados. Esta desazón la experimentan el autor y su madre cuando rememoran sus vidas. «Que complicado es rememorar el pasado. Y que innecesario. Pero aquí estamos, como desde la primera página. Madre e hijo, sentados en el mismo lugar, entre silencios y palabras deslavazadas. Esperando habitar ese lugar que ya no existe. Perseguir el pasado es algo terrible, doloroso. Y, aun así, lo hago para amortajar un tiempo que aparece a fogonazos y, otras veces, en restos de metralla que uno se guarda en el bolsillo para un porsiacaso absurdo». El paso del tiempo. La fugacidad de la vida y cómo el paso del tiempo — con sus circunstancias—hace mella en las ilusiones tan propias de la infancia y la juventud son temas de la novela. «El tiempo fluye como agua bajo nuestros pies, como si la vida fuera cruzar un largo puente. Pasa y no sabemos cuánta queda. Aquel río caudaloso era límpio, bajaba alegre y saltaba las rocas, los peces se veían bajo el agua transparente, y los niños jugaban en la orilla. Las riberas llenas de verde, enredadas de vida y flores. Qué alegría mojarse los pies, caerse, resbalarse en el verdín de las piedras. Hoy baja más turbio, parándose en los meandros con tristeza, sin la fuerza de entonces, esperando que alguien abra un zanja para que todo siga su curso. El puente cierra su arco, se acaba. El tiempo no deja de ensuciar el agua». La muerte. Se trata de forma literal y figurada: el dolor por la pérdida, su visión de la muerte siendo un niño, los miedos asociados, la reflexión sobre esta etapa final y la muerte de aquellos sueños incumplidos. «Lloro hasta encogerme en un ovillo que el viento agita con demasiada fuerza. El miedo me saca de ese risco, digo adiós y sorprendentemente, de vuelta a casa, noto una paz que nunca tuve. El peso de padre». La infancia como bálsamo. La infancia del autor no fue un paraíso. Sabe que no fue un niño alegre, como tampoco lo fueron sus padres. Pero, a pesar de algunos episodios dramáticos y sus heridas correspondientes, él vuelve a la niñez tratando de atesorar recuerdos hermosos e inocentes. «Excavo en la prisión en busca de momentos felices y presiento que la mitad me lo he inventado, y el resto son alargamientos simulados del segundo en el que un niño sonríe en la foto. Ese artificio ha construido muchas infancias, también la mía. Obligados a relatarlas como si fueran felices. Engañosa es la memoria, pero lo es más la mentira. Aparentes, inventados, irreales, ilusorios. Tal vez no anduviera equivocada Ana María Matute cuando dijo que la infancia es el periodo más largo de vida. Entre la realidad y la ficción, nunca se acaba. Bienaventurados los niños felices.» El legado familiar. A pesar de los silencios, hay muchas otras formas de hacer que se transmiten entre generaciones. De ahí que haya expresiones o ideas que forman parte de la memoria familiar. «He olvidado muchas frases profundas, deslumbrantes, ingeniosas y agudas de la abuela, los refranillos —”El que quiera saber, mentiras con él” o “Mucho vestido blanco y mucha farola, pero luego el puchero con agua sola”—, pero aquella de mi madre ha quedado intacta en la memoria, y supongo que me acompañará hasta el fin de mis días. “Hazte la vida fácil.” Hazte la vida fácil. Quién sabe si no he de morir con ella entre los labios o en algún papel en el bolsillo de la chaqueta como esos días y ese sol de la infancia de Machado». La historia de una pareja.Esta novela también es la historia de una pareja que se conoció en la posguerra. De cómo comenzaron, de cómo era su entorno familiar y cómo la relación fue deteriorándose. La propia identidad del autor no puede entenderse sin abordar los orígenes de sus padres. «Así avanza la vida, llenándose de preguntas y con un solo apunte: La ilusión del comienzo de un baile en Requena. El chico alto, fuerte y atractivo.La chica elegante, guapa y educada que no ha tenido relación hasta entonces. Suena una canción. El valiente va a por ella, presa de los comentarios». El oficio de escritor. El autor hace algunas reflexiones sobre la escritura y si oficio, además de demostrar lo complicado que es escribir sobre uno mismo con el corazón en la mano. «Esto que tenéis entre las manos es voluntario, a veces siento pudor por escribir y vergüenza por desnudar con osadía los minutos de esta vida común con mi madre; hablo y hablo, porque escribir es hablar solo. Pero los escritores no elegimos las novelas, los textos nos escogen para ser relatados. Escribir sobre la decadencia de una madre, de la convivencia con el dolor y la pérdida, es parte de la historia de la literatura. Más allá de la necesidad de escribir, la verdad es que intento acercarme a ella y deshacer este nudo en la garganta. Por eso, cuando por la calle me preguntan “¿Cómo está tu madre?”, sonrío y digo: “Bueno, con sus cosas”». © Violant Muñoz i Genovés
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Por Violant Muñoz i Genovés Ayanta Barilli regresa con una novela de enorme calidad literaria que envuelve al lector en una fascinante historia de familia, amor y lealtad. “Si no amaneciera” es un relato profundo y conmovedor sobre las relaciones entre padres e hijas que recorre, a su vez, la memoria de una extraordinaria saga familiar de raíces italianas. Manuel está a punto de celebrar su noventa cumpleaños cuando recibe un regalo inesperado. Un vídeo en el que ve a su hija Anita. Pero no a la de ahora. Ella era una niña que cantaba y jugaba y él era un padre joven que mantenía el buen humor y la esperanza de un matrimonio admirable. La emoción por el descubrimiento de esos fotogramas, formado por grabaciones caseras que parecían abocadas al olvido, dará paso a un momento trágico. En plena pandemia, cuando la población está a punto de ser confinada, la salud de Manuel dará un vuelco. Tal vez definitivo. Un padre. Una hija, Frente a frente. Que juegan a sostenerse la mirada. Atraviesan el cristal de sus pupilas, caen en el precipicio del pasado, descubren el parpadeo de los fotogramas de una película. La suya. Cien años de historia contados en un día. En ese extraño tránsito entre la vida y la muerte, como si se encontrase en un estado de ensoñación, la mente del anciano recorrerá el pasado, el suyo y el de su familia, mientras sigue aferrándose, cada vez menos, al presente. Anita hará lo propio, recorrer su memoria, después de acudir a socorrer a su padre y quedarse atrapada en la casa familiar junto a su exmarido. Aquel lugar en el campo repleto de recuerdos mágicos y dolorosos golpearán su ánimo trasladándola, también, a experiencias vividas junto a su padre y a su familia, a la Anita niña, adolescente y mujer, a sus relaciones de fuertes pasiones y de amores fallidos y transformados. El suyo, el de ambos, es un viaje que empieza y termina, al amanecer. Cuando las primeras luces del alba iluminan lo que ignoraron. Lo que escondieron, Y, deslumbrados por aquel hallazgo, padre e hija encuentran al fin lo único que importa: el amor. Me vence el sueño, siento que me deslizo de nuevo en la película. La sirena se confunde con el toque de queda. Y el pasado se convierte en presente. No tengo futuro. Soy el espectador de mi propia vida. La autora cautivará a sus lectores con una novela extraordinaria, un relato a caballo entre la ficción más descarnada y la memoria familiar. Narrada con maestría, esta novela es una gran obra, tanto por su calidad literaria como por la capacidad de envolver al lector en una historia de familia, amor y lealtad. Valiéndose de una narrativa viva, poética y contundente, repleta de imágenes poderosas, la autora logra equilibrar el relato poniendo el foco en sus dos protagonistas: padre e hija. Resulta inevitable ponerse en la piel de Anita, de sentirse conmovidos por sus vivencias desde la infancia a la madurez y por su relación adulta con su padre anciano, al igual que dejarse seducir por la arrolladora personalidad de Manuel, quien se verá afectado por el trasiego de una vida demasiado acostumbrada a grandiosos y difíciles episodios. La Anita de hoy es el resultado de una transformación que ha ido de la mano de su padre, aunque el Manuel que conoce su hija también tuvo un pasado convulso en la España de la posguerra que le llevó a aventurarse a otro país donde conocería el verdadero amor. Y aquella escena final queda grabada al ralentí, segundo a segundo, fotograma a fotograma. Porque así son los momentos importantes. Van lentos. No quieren acabarse. Pero la madre de Anita no fue la única para él, como tampoco fue su exmarido el único para Anita. Alrededor de los dos protagonistas orbitan otros personajes secundarios, tan memorables como ellos, que conforman un único universo emocional que se mueve por diversas épocas y lugares, como España durante la Guerra Civil, la posguerra y la transición, París en plena ocupación nazi, Roma y México durante los años cincuenta y la pandemia vivida recientemente. Ese ir y venir constante, del pasado al presente narrativo, es otro de los puntos fuertes de Si no amaneciera. El lector experimentará ese viaje continuo, desde la siempre tramposa primera persona de cada uno de los protagonistas, dejándose llevar por un torrente de historias y emociones. Con pasajes y frases para enmarcar, el nuevo libro de Ayanta Barilli nos atrapa sin que nos demos cuenta. Ensimismados por la joya literaria que es. Espera y espera. Y en la inacabable espera, se maldice. Por darle la espalda en la que fuera la última de sus noches. Por negarle una despedida cariñosa. Por eludir sus ojos el día en que él se fue para no volver. Finalista del Premio Planeta 2018 con Un mar violeta oscuro, Ayanta Barilli, periodista y escritora, tiene un don para la palabra escrita, dominando una variedad de registros y dándole a lo particular la categoría de universal, tal y como hace con sus descripciones. Porque, con esta novela, la autora logra el mimetismo con todas las relaciones entre padres e hijas, relaciones que pasan por altibajos pero sobre las que deberían gobernar la honestidad y los buenos sentimientos. A pesar de todo. Respiro hondo, cierro los ojos. Viajo a otros tiempos, que se cuelan en mis sueños lúcidos. Y veo el salón de antaño, iluminado como un bazar oriental. Reluce, aturde y hechiza. La riqueza de la novela reside también en mostrar subtramas atractivas, como las pertenecientes raíces italianas y a la familia de Ingrid, y que enlazan, a la perfección, con la trama principal y con el gran tema de esta obra: el amor. Un tema que se muestra en todas sus vertientes: el amor entre los padres e hijos, tanto si los padres están presentes o idealizados, forman parte de un recuerdo borroso e inexistente, el de las relaciones de pareja, el amor vestido de pasión o de dependencia, la amistad, los afectos y desafectos por nuestra familia y el amor hacia uno mismo. En sus páginas, hay lealtad, pero también traición; hay amor, pero también rechazo; hay alegría, pero también desesperación y tristeza por la pérdida de quienes más queremos. Hay vida, con sus claroscuros, y la sensación es que sus protagonistas la han vivido con intensidad. Parecía una película. Pero no lo era, era su historia, mi historia. Una historia que me incomodaba, que nunca lograba escucharla hasta el final. Porque a veces, los hijos prefieren los cuentos a la realidad Otro de los puntos fuertes de la novela es cómo la autora construye las atmósferas que dominan el relato. Destaca, con brillantez, la atmósfera interna de Manuel, sus reflexiones sobre la vida, la muerte, la guerra, el amor y la familia, entre muchas otras, mientras sitúa al lector en el pasado y en el presente, y el punto de vista de Anita, que vuelve a encontrarse a sí misma sin buscarlo a la vez que espera la recuperación de su padre. Los dos, a su manera, abordan el pasado, el suyo y el de otros: de todas aquellas personas que directa o indirectamente, a pesar de la lejanía del tiempo y del espacio, forman parte del mundo de Manuel y Anita. Como si fuera un personaje más, emerge la casa de la Huerta mostrándose en todas sus etapas, esplendorosa, recargada y decadente. Pero siempre única y especial. Este lugar contiene objetos, espacios y recuerdos familiares en todas sus estancias, auténticos disparadores de la memoria de Anita y que simbolizan también episodios memorables de una saga de raíces italianas. Resulta difícil no emocionarse al pensar en los personajes habitando aquella casa y sus alrededores, cuya imagen nos acerca a una narrativa mágica. Como también es difícil no enternecerse con el valor que tienen para los protagonistas las zapatillas de baile rojas que llevaba la madre de Anita, el coche abandonado en el que jugaba de niña, la muñeca de trapo que perdió un brazo, el piano de cola que solo tocaba Pablo y los fotogramas de las cintas caseras manchadas de nostalgia. Porque los recuerdos son una incisión en la piel de la memoria que se hereda. De padres a hijos © Violant Muñoz i Genovés
© Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés A las puertas de celebrar la Exposición Universal de 1888, un brutal crimen escandalizará a los habitantes de Barcelona. Pero la médium más famosa de la ciudad y el nuevo y perspicaz patólogo forense están decididos a dar con el verdadero culpable. Los dos, que pondrán en riesgo sus vidas, deberán mantener sus secretos a salvo, mientras entre ellos surge una peligrosa atracción. De la mano de unos personajes fascinantes y con la prosa magnética que la caracteriza, Alaitz Leceaga nos adentra en un lugar y momento histórico apasionantes, germen de lo que llegará a ser el siglo XX.
Barcelona 1888. Mina Índigo es la médium más solicitada de la ciudad. En su palacete del céntrico pasaje de Permanyer organiza sesiones espiritistas para damas de la alta sociedad, quienes acuden allí con frecuencia con la esperanza de contactar con sus seres queridos. El espiritismo no es bien visto por todos, aunque ella consigue mantener su estatus en los círculos privilegiados de la ciudad. En realidad, la médium es una experta investigadora que usa contactos de todo tipo para obtener información comprometedora de sus clientes. De esta manera las sesiones espiritistas, aderezadas por los trucos ideados por su ayudante Zelda, causan sensación entre sus clientas pertenecientes a ricas familias de industrias y comerciantes. Pero, tras un mal presentimiento, la vida de Mina da un vuelco: una de sus confidentes la amenaza con poner al descubierto la farsa de su negocio. A cambio, obliga a Mina a que utilice sus contactos para dar con el paradero de su hija desaparecida. Sin embargo, no solo el tiempo correrá en su contra. La joven aparecerá muerta en una acequia. Aún así, Mina está empeñada en saber quien se esconde detrás de este terrible suceso que ha alborotado una ciudad volcada en los preparativos de la Exposición Universal. El asesinato conmociona a sus habitantes, aunque nada puede alterar los planes de quienes desean que, por encima de todo, se celebre con éxito un evento de tal magnitud ¿Tendrán los ataques anarquistas algo que ver? ¿Será cosa de los seguidores del espiritismo? La investigación policial de este nuevo caso, liderada por el inspector Ramiro Bocanegra, implicará el estreno de un patólogo forense, el británico doctor Ellis. Mina, casada con el anterior especialista en el cargo, deberá ganarse la confianza de Ellis, a pesar de la frialdad inicial del médico y de las suspicacias que despierta la relación de ambos a ojos de los demás. Los dos tratarán de resolver el crimen, moviéndose entre lujosas fiestas en el Liceo y las calles más tortuosas del Raval, antes de que el escándalo y la sangre salpiquen las calles, mientras entre ellos surge una atracción inesperada. La prosa magnética de Alaitz Leceaga nos conquista desde la primera página hasta el final. La autora logra atraparnos con una misteriosa e intrigante trama en la que brillan unos personajes fascinantes que tienen, como la propia protagonista, diversas caras y secretos que ocultar. Muchos de ellos esconden sus verdaderas motivaciones y actúan sintiendo el peso de un pasado difícil. Son, sin duda, personajes que responden a un momento histórico extraordinario y que muestran su humanidad, precisamente, a través de sus contradicciones. La riqueza de los personajes es, sin duda, uno de los puntos fuertes de este sorprendente y sólido relato en el que los verdaderos fantasmas tienen que ver con los recuerdos y los traumas. Las dos vidas de Mina Indigo se lee con deleite y la atracción que nos causan las novelas de misterio, el género negro y las grandes obras históricas. La trama que gana en tensión narrativa y giros inesperados, se mueve entre la oscuridad y la luz de una investigación amenizada por la relación entre Mina y Ellis. Los dos protagonistas con, personalidades y creencias tan distintas, conectan como una perfecta pareja de baile, aunque al principio tengan sus reticencias y den pasos hacia intereses distintos. La autora cuida los vínculos que se establecen entre los dos, mientras crece el suspense. Barcelona, retratada con precisión histórica, se ve afectada por extraños sucesos cuando medio mundo tiene los ojos puestos en ella. Asesinatos, traiciones, conspiraciones, secretos, luchas de poder, amores prohibidos e irrumpen en una original novela criminal y de misterio que también refleja cómo era la ciencia forense o las pesquisas policiales en el s. XIX. Mientras nos adentramos en la investigación de Mina y Ellis, descubriremos cómo era la burguesía y su forma de actuar, siempre tratando de guardar las apariencias y de controlar el qué dirán. Por ejemplo, las cenas organizadas por familias relevantes o las fiestas en el Gran Teatro del Liceo recreadas en la novela eran invitaciones imprescindibles si se quería mantener el status, la buena reputación y el éxito en los negocios. Pero si algo llama la atención desde el comienzo es la extraordinaria fascinación por el espiritismo, una tendencia muy en boga en la Europa previa a la Primera Guerra Mundial y que en España tuvo a reconocidas médiums como Amalia Domingo, que también vivió en Barcelona. Inspirada en figuras como ella, la autora escenifica las sesiones que dirige la protagonista,con más farsa que verdad, mientras los invitados tratan de conectar con el Más Allá y sus seres queridos. No en vano, el espiritismo también atrajo a intelectuales y científicos. La Barcelona de la novela nos recuerda a esa ciudad prodigiosa retratada por autores como Eduardo Mendoza, una urbe en plena transformación urbanística para ponerse a la altura de Londres, París o Viena. Leceaga utiliza el marco de los preparativos de la Exposición Universal de 1888, un evento no exento de polémicas y dificultades, como las extremas condiciones laborales de los trabajadores de las obras, la respuesta de los anarquistas y otros movimientos sociales en la Barcelona de la época. La autora consigue una ambientación fantástica, mientras traslada al lector a lugares tan característicos como el Parque de la Ciudadela, recinto en el que se instalaron los pabellones de la exposición, y locales míticos como el Edén Concert, un music hall frecuentado por aristócratas e industriales, además de hacer referencia a los populares almacenes El Siglo (devastados en un incendio décadas después) y situar la acción en el Cementerio del Este (hoy conocido como Cementerio del Pueblo Nuevo) o el antiguo y gótico Hospital de la Santa Creu, centro sanitario que fue toda una referencia. A través de los escenarios, la autora muestra, con fidelidad histórica, los contrastes y las grandes diferencias entre ricos y pobres. Nada tiene que ver el Palacete de Permanyer, uno de los pocos pasajes que todavía mantienen el mismo encanto arquitectónico, ni las ostentosas viviendas del Ensanche barcelonés con las formas de vida de los habitantes del Raval o las chabolas de la Barceloneta. A pesar de pertenecer a mundos tan distintos, hay sospechosos lazos entre personajes que, aparentemente, nada tienen que ver. La Barcelona más sórdida y oscura les atañe a todos, y la protagonista se moverá entre esos ambientes alimentando el suspense en el lector. Comerciantes e industriales españoles extendieron su fortuna en el Nuevo Continente, la cual cosa se refleja en la novela. A modo de flashback, el pasado que persigue a Mina tiene cabida en las páginas reproduciendo escenas vividas en Cuba. La maldita finca de las Tres Cruces, en Trinidad, es otro de los escenarios destacables. Alaitz Leceaga nació en Bilbao. Es la autora de las novelas superventas El bosque sabe tu nombre (2018) y Las hijas de la tierra (2019) Fue aclamada como la autora revelación del año 2018 con su ópera prima, que se ha traducido a varios idiomas y cuyos derechos audiovisuales están en fase de desarrollo. Esta novela la llevó a ser finalista del Premio El Ojo Crítico de RNE de narrativa el mismo año de su lanzamiento y a ser la ganadora del Premio de la Asociación de Libreros de Vizcaya (2019). Con su tercera novela Hasta donde termina el mar, ganó el Premio de Novela Fernando Lara 2021. ©Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica: agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés
¿Puede una receta ayudarte a descubrir quién eres? “Azul salado” una novela mediterránea para vivir el verano. Marta Simonet, debuta en la novela con un exquisito viaje a una Mallorca muy especial: la que se degusta con todos los sentidos. Marina está a punto de conseguir su mejor trabajo como publicista, pero una llamada de su madre hará que antes regrese a su Mallorca natal. En la isla, será ella quien tome las riendas provisionalmente de La Ultramarina, el negocio familiar que abrió su abuela Carmen y que hasta ahora ha regentado su madre. La Ultramarina es una casa de comidas muy especial, es un refugio, un viaje a los recuerdos, un lugar donde compartir sabores e historias. Cocinando, Marina no solo revivirá los momentos más especiales compartidos junto a su abuela, también recuperará los vividos junto a su madre y su hermana Irene. En un momento vital clave, esta vuelta a las raíces obligará a Marina a replantearse muchas cosas, más aún cuando descubra, entre las viejas páginas de un libro de recetas, una fotografía que le traerá ecos de sus orígenes. Pero todo será desde la calma de ese mar azul que teñirá de nuevo su presente y su futuro. En su debut como novelista, Marta Simonet construye con sutileza, emotividad y nostalgia un verano de memoria, de evocaciones, de sabores y aromas. Con el paisaje de la Serra de Tramuntana de fondo, Azul salado invita a conocer Mallorca disfrutando de su gastronomía y su horizonte azul y tranquilo. El pan mojado en leche con azúcar, un toque de canela y cáscara de limón; las galletas marineras abiertas por la mitad con un buen chorro de aceite de oliva y un poquito de sal; el tumbet con su sabor a pimiento, berenjenas, calabacines, patatas y su salsa de tomate casera; la sopa de burballes y su inconfundible toque de sobrasada, el pamboli de sepia torrada... forman parte de las exquisitas notas gastronómicas que convierten esta lectura en un placer para el paladar que se degusta con la vista. Una invitación al turismo gourmet que ya nos conquistó en pasadas ocasiones de la mano de otras novelas cook-lit que también maridan amor, vida y comida: La escuela de ingredientes esenciales, El amor es un bocado de nata, Tarta de almendras con amor... Más allá de la comida, Simonet propone también echar la vista atrás y valorar lo que tenemos y aquello que dejamos por el camino y que quizás es hora de recuperar. Es Azul salado una llamada a la reconquista de aquello que abandonamos por miedo o por falta de tiempo y que sigue teniendo cabida en nuestro corazón. Decir adiós a las prisas y la urgencia para dejarnos mecer por las horas bañadas de mar a las orillas de una isla que deslumbra con su belleza. Y quizás, disfrutar de la lectura con los pies acariciados por las algas en alguna cala de Banyalbufar o desde las piedras del Castillo de Bellver. En este tiempo de desconexión, disfrutar del amor es cuestión ineludible: hacia nosotros mismos, hacia nuestra pareja, la familia, los hijos o... encontrándolo a la caída del sol bajo una noche estrellada. Azul salado es puro mindfulness. Una novela romántica que nos devuelve la magia y nos reconcilia con lo que somos y a menudo olvidamos. Una historia sensible, romántica y delicada que demuestra que comer es también recordar y encontrarse. MARTA SIMONET nació el verano de 1983 en Mallorca. Es comunicadora y ha desarrollado su carrera delante y detrás de las cámaras en diferentes medios y agencias de branded content. Actualmente co dirige la agencia creativa Banquete de ideas. Su deseo siempre ha sido escribir, escribir y escribir y sueña con hacerse vieja escribiendo en una casa pequeña de cristaleras enormes encaramada en la Serra de Tramuntana, por eso escribe sin parar desde los 15 años. Azul salado es su primera novela. ©Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica: agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés
Esta novela histórica narra uno de los episodios históricos más relevantes y desconocidos del Imperio romano: el inicio de su decadencia “La subasta de Roma” es el título del nuevo libro que acaba de publicar la editorial Almuzara. Se trata de una novela histórica de Alberto Monterroso, quien narra uno de los episodios históricos más relevantes de este Imperio; el inicio de su decadencia. Relatada con pulso literario y rigor histórico, este especialista de este periodo, como ya demostró en su anterior entrega titulada “El amo de Roma”, se traslada a una época de enorme transcendencia, pero muy desconocida, de la que se ocupa en poner en negro sobre blanco el inexorable y lento declive de esta civilización durante el mandato de dos emperadores, Pértinax y Juliano, quienes ocuparon el trono 87 y 66 días respectivamente. ¿Hasta qué extremo de decadencia y degradación se hubo de llegar para que los pretorianos subastarán el trono de Roma? ¿Qué ocurrió para que se atrevieran a vender el Imperio al mejor postor? ¿A partir de qué instante comenzó la imparable decadencia? Esta y otras muchas cuestiones saldrán a la luz a través de una intrigante trama que su autor sitúa como origen de esta situación en el año 193 d.C, cuando Lucio Aurelio Cómodo es asesinado y sustituido por Helvio Pértinax, uno de sus generales de confianza, antiguo comandante de Marco Aurelio. Un emperador que trató de reconducir la inestable situación siguiendo el camino trazado por el emperador filósofo, al que le resultó imposible enderezar el rumbo del Imperio, entre otras razones, por las tres conspiraciones que padeció en los tres meses que duró su reinado Después de él vendrá la “Subasta del Imperio”, la puja ganada por el riquísimo senador Didio Juliano, que gobernó por la fuerza de su dinero, pero a quien los pretorianos también traicionaron cuando Severo se levantó en armas. En definitiva, “La subasta de Roma” es una novela que habla de las pasiones y de la condición humana, dos condicionantes claves que explican, qué pasó y por qué desapareció uno de los imperios más importantes de la historia. Alberto Monterroso es Doctor en Filología Latina. Actualmente ejerce como profesor de latín y griego en el IES «Blas Infante» de Córdoba. Conferenciante e investigador, ha colaborado en programas de televisión sobre Patrimonio y ha publicado entre otros títulos "El emperador impasible", "La Córdoba de Claudio Marcelo" y "Diez mujeres en la vida de Séneca". También es autor de "Relatos Romanos" y de un ensayo titulado "Lo que de verdad importa de la Córdoba romana". Ha sido Comisario de la exposición «Rostros de la Córdoba romana» del Museo Arqueológico de Córdoba (2012/2013) y Comisario de la exposición «Marco Aurelio: un filósofo en el poder» en el contexto de la celebración del I Congreso Internacional «Marco Aurelio y la Roma Imperial: las raíces béticas de Europa», del que fue codirector técnico (2016). En 2018 publicó en Almuzara "Séneca, la sabiduría del Imperio", espléndida biografía del filósofo cordobés, ya en su segunda edición, y en 2021 "El amo de Roma", novela histórica que desgrana el convulso y sangriento mandato del emperador Cómodo. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés
“Gladiadoras” Es una novela de superación, “... la vida es la arena de un anfiteatro...” afirma el propio autor. Esta magnífica novela histórica, repleta de intriga, acción y amor, aborda por primera vez el tema de las mujeres gladiadoras, apenas tratado en la literatura. Excelentemente documentada y con una extraordinaria ambientación, su autor, Juan Tranche nos regala la emocionante historia de las inolvidables Helena, Valeria y Domicia, cuya particular lucha por decidir por ellas mismas conquistará a todos los públicos. Año 124 dC Helena las hermanas Valeria y Domicia son tres jóvenes romanas procedentes de mundos muy distintos: una esclava y las otras nobles. Sin embargo, las tres deben tomar decisiones que ponen a prueba su valentía. Cuando el Emperador Adriano se enamora del esclavo Antinoo, el gran amor de Helena, la joven se ve obligada a convertirse en la mejor gladiadora de todos los tiempos, algo nunca visto para los romanos, y así tratar de acercarse a su amado. Antes de ponerse sobre la arena sufre continuas vejaciones debido a su condición social, tratando de sobrevivir y sino capaz de encontrar en la lucha una salida inesperada a su propia vida. Por su parte, Valeria, hija de un abogado de renombre, sueña con vencer al destino que le espera como esposa y madre en una época gobernada por la voluntad de los hombres. Tanto ella como su hermana, apoyadas siempre por su padre, retarán a quien se interponga en su camino, mientras sienten con inquietud la ola de asesinatos de prostitutas que suceden en Roma. Años después de que las vidas de todas estas mujeres den un giro inesperado, en el año 131 dC, Roma celebra el combate de gladiadoras más increíble que jamás se haya visto. Movidas por el anhelo de libertad y la venganza, dos mujeres se enfrentan en un duelo definitivo. El duelo de la eternidad. “...En la arena luchaban por su vida. En Roma luchaban por aquello en lo que creían. Juntas demostraron que todo es posible...” Juan Tranche, ha culminado una narración para todos los públicos, tanto para los lectores apasionados por esta época como para los que se acerquen a ella por primera vez. Todos se verán conquistados por una historia original y fascinante que une el destino de mujeres dispuestas a todo para lograr sus deseos de venganza y libertad. Con una historia a la altura de las grandes ficciones, el autor dota a los personajes y a las escenas de un gran realismo, sin olvidar una trama propia de mejor suspense, ya que página a página crece el misterio alrededor de los asesinatos de prostitutas de quiénes son los verdaderos criminales. Cuestión que al principio parece secundaria para gran parte de los romanos y que termina por cobrar mayor importancia cuando los ataques se extienden a las clases más altas de la sociedad. El resultado es una novela histórica repleta de intriga, lucha, acción y amor, que va más allá abordando temas universales y que siguen estando de actualidad: la lucha de las mujeres por decidir sobre ellas mismas, la igualdad en el acceso a la educación y el miedo de caminar solas por las calles de una gran ciudad. Y es que, a través de los personajes femeninos de esta novela, el autor pone en evidencia las injusticias sociales que sufrían las mujeres, el Imperio Romano y los deseos de libertad de muchas féminas. Feminae y mulieres, damas y mujeres las clases sociales más bajas, tienen su reflejo en esta reveladora y trepidante ficción histórica. Ya fueran patricias o plebeyas, las mujeres deben seguir las expectativas tradicionales y de comportamiento, dejando de lado sus verdaderas inquietudes y deseos. La obligación de las romanas era la de traer hijos al imperio, aceptar un matrimonio impuesto siendo adolescentes, acatar las decisiones de sus padres o esposos, dedicarse a la crianza de sus hijos y esperar qué el hombre que estuviese a su lado las respetase, siempre y cuando ellas se ciñesen al orden social. Así era el mejor de los casos. Porque en el peor de los casos, se encontraban las infames, entre las que destacaban las prostitutas, las gladiadoras y las esclavas. Repudiadas socialmente a las prostitutas se las trataba como escoria, siendo vistas como ciudadanas de segunda sin apenas voz. Las gladiadoras eran consideradas un divertimento sexual para el público, luchaban con el pecho descubierto y tenían un papel secundario a diferencia de sus homólogos masculinos. Sin embargo, la historia de “Gladiadoras” hace justicia con estas mujeres valerosas que también probaron la gloria y buscaban la ansiada libertad. Con un estilo sobresaliente, el autor equilibra una trama adictiva con la recreación histórica y la riqueza de los personajes. Así, las escenas sobre los combates que se celebraban en el anfiteatro de los Césares, tienen infinidad de matices: desde el ambiente que se respiraba entre el público, pasando por las emociones de quienes entraban en la arena, cómo se luchaba y qué futuro les aguardaba tras poner su vida en riesgo. Juan Tranche recrea la sociedad romana mostrando también las enormes injusticias y la doble moral imperante tanto en el trato con las mujeres como en los gladiadores. Estos luchadores eran ídolos de masas, representaban los valores de la masculinidad, cosa que entraba en contradicción con una existencia dominada por otros. El autor mezcla con gran maestría personajes ficticios con personajes reales, dando voz a éstos últimos consiguiendo que sus acciones no chirríen con la ficción ni con la historia que ha llegado hasta nosotros de cada uno de ellos. “Gladiadoras” es un homenaje a aquellas mujeres pioneras decididas a luchar por sus ideales aunque lo tuviesen casi todo en contra. “...No hay piedad para aquel que no lucha con valor. No hay recompensa para quien clava la rodilla en la arena solicitando clemencia...” ¡Resulta imposible no emocionarse con el desarrollo de la trama y su épico final! © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés
Tras “La última sultana”, la historiadora Andrea D. Morales se ha convertido en una de las voces más prometedoras de la Novela histórica en España. Esta novela nos cuenta la leyenda más famosa e intrigante de Sevilla: la de la bella Susona. Un amor imposible y una traición imperdonable. Una época de misterios y conspiraciones. Una novela con alma de clásico. Desde finales del siglo XV, una leyenda impregna las calles de Sevilla. Cada noche, la bella Susona, hija de un famoso converso de la judería del barrio de Santa Cruz, acude al encuentro de un caballero cristiano de noble linaje llamado Nuño de Guzmán. Él no debe enamorarse, pues su cometido es descubrir si los rumores son ciertos: se dice que Susona y su familia judaízan en secreto. Sin embargo, bajo el rocío de las flores azahar, se convierten en amantes furtivos. Cuando Susona descubre que una conspiración que se fragua entre las paredes de su hogar podría dañar a su amado, se verá obligada a escoger: la fidelidad a su pueblo, a su padre y a su familia, o el amor que le profesa a Nuño de Guzmán. Para salvar a unos deberá condenar a nosotros. La historia de Susona llena de amor, traición y muerte, acabará tornándose en leyenda. Sin desvelar la historia ni hacer spoilers diremos que las versiones históricas que conducen a Susona a su trágico final varían, pues como toda buena leyenda se ha ido modelando a través de la tradición oral, pero su padecimiento es idéntico en todas ellas. La joven pidió su lecho de muerte que separasen la cabeza de su cuerpo y que esta la colocasen encima de la puerta de su vivienda. Un castigo para toda la eternidad. Un aviso para los jóvenes amantes. Y así puede leerse el azulejo que narra la leyenda en la calle sevillana llamada Susona: “...Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que haya muerto separen cabeza de mi cuerpo y la pongan sujete un clavo sobre la puerta de mi casa, y que de allí o siempre jamás...” Tras la publicación de “La última sultana” Andrea D. Morales se proclama como una de las voces más prometedoras del panorama nacional y nos traslada A una época de odio, miedo y conspiraciones entre judíos y cristianos y nos demuestra que, hasta en los momentos más oscuros de la humanidad puede florecer la pasión. Con una maestra combinación entre el rigor histórico y el pulso narrativo esta autora revoluciona el género en la novela histórica con ánimos renovados. Es una autoridad en la historia de las mujeres en el periodo de dominación musulmana en el sur de la Península. Andrea D. Morales nació en Sevilla. Estudió historia en la Universidad de Sevilla, donde se especializó en la Edad Media, y en concreto en historia de género en al-Andalus. En la actualidad es profesora de documentación histórica en la Academia de Literatura Juvenil para Escritores. La última sultana fue su primera novela histórica ahora vuelve con “La dama de la judería” © Mediâtica: agencia cultural https://agmediatica.wixsite.com/violantpiulant Por Violant Muñoz i Genovés
Una primera novela, vibrante y atmosférica, con Segovia como telón de fondo. Tras casi dos décadas de ejercicio en el ámbito del periodismo cultural, con especial énfasis en la cobertura de las novedades relacionadas con el género negro, Juan Carlos Galindo (Segovia, 1979) da el salto a la narrativa y entra en el catálogo de Salamandra de la mano de "Hontoria", una primera novela vibrante y atmosférica que sorprende y cautiva tanto por su originalidad, la solidez de sus planteamientos, la madurez de la escritura y, sobre todo, por el pulso firme para mantenernos atentos, expectantes y en vilo desde el principio hasta el final. A partir del salvaje asesinato de tres miembros de una familia en el pueblecito de Hontoria, Galindo ha sabido construir una magnífica novela negra que es también una estupenda recreación de las miserias sociales y políticas de las pequeñas sociedades de provincias, en este caso las de la ciudad de Segovia. Narrada en primera persona por Jean Ezequiel, un joven periodista de sucesos que busca hacerse un nombre en la profesión, Hontoria es una obra coral con un amplio elenco de variopintos personajes. Mitómano, soñador, algo iluso, y sobre todo muy humano, Ezequiel sabrá ganarse la confianza y la complicidad de familiares, amigos, policías, periodistas, políticos, sacerdotes o delincuentes de poca o mucha monta para acabar descubriendo no sólo al autor del terrible crimen, sino una verdad mucho más incómoda que pondrá en peligro su vida y la de sus allegados. Abnegado, dotado de una curiosidad infinita y unos extraordinarios conocimientos del crimen, tanto de casos reales como literarios, la ingenuidad vital e insobornable de Jean Ezequiel nos seduce hasta el punto de que, cuando acabamos la novela, nos quedamos con las ganas de saber qué seguirá pasando con él. Como buen periodista, Jean Ezequiel sabe hablar y hacer hablar. Será por las muchas entrevistas que ha realizado a lo largo de su carrera profesional o quizá, simplemente, por una capacidad para captar el pulso del lenguaje oral, el caso es que Juan Carlos Galindo brilla a la hora de construir las muchas conversaciones que Ezequiel mantiene en el ámbito personal y profesional. Sobre la base de esos diálogos, "Hontoria" juega a difuminar las fronteras entre la realidad y la ficción, y dar apariencia de verdad a la historia de la novela. Un objetivo que Galindo consigue con una estructura original, que mezcla peripecia narrativa con piezas de un pódcast de Jean Ezequiel, donde éste da rienda suelta a sus amplios conocimientos del true crime, y cortes de un programa de radio, donde los oyentes opinan de lo que sea. Cartas, mensajes en las redes sociales o fragmentos de periódicos completan la variedad de registros narrativos de "Hontoria" y ayudan a trazar un mapa de las grandezas y miserias de la sociedad segoviana, así como del mundo del periodismo, sometido a infinitos vaivenes y en constante mutación. Agosto de 2016: tres miembros de una familia mueren brutalmente apuñalados en su casa de Hontoria, un pequeño pueblo absorbido hace tiempo por Segovia. No hay testigos, ni sospechosos ni arma del asesinato de Joaquín Vila, su esposa Consuelo Martín y su hijo Sergio. Jaime, el primogénito, ausente aquella noche, se convierte en la primera opción de un equipo investigador desorientado ante la falta de indicios. Once meses después del triple crimen, una llamada telefónica lleva el caso a la vida del obsesivo y apasionado Jean Ezequiel, un periodista segoviano que viaja a diario a Madrid para hacerse un hueco entre los cronistas de sucesos. A base de horas de trabajo, alguna fuente anónima y la ayuda de su círculo íntimo, Ezequiel irá acercándose a la resolución del triple crimen y desenredando una tupida maraña de silencios e intereses creados entre las altas esferas de la sociedad segoviana. .- Tras una prolongada experiencia como periodista cultural especializado en novela negra, ¿qué le movió finalmente a adentrarse en el terreno de la ficción? Por un lado, estaba la curiosidad de saber si sería capaz de hacer lo que otros ya habían hecho y que había absorbido durante tanto tiempo. En mis ya 16 años en EL PAÍS he entrevistado a la plana mayor del género negro en todo el mundo, he compartido cenas, conversaciones y paseos con ellos, les he presentado en librerías, festivales y teatros en España y otros lugares de Europa y les he leído hasta la saciedad. Ahí había un influjo, una fuerza irracional en la literatura que iba ganando terreno a lo largo de los años y tiraba de mí más allá de la crítica literaria o la labor prescriptora. Por otro lado, todo eso se amplió luego con mi labor para la sección de Pantallas y la explosión del mundo de las series, en las que lo policíaco y el true crime tienen tanta importancia. La explosión del audiovisual aportaba una nueva perspectiva y ampliaba el mundo de quienes ya estábamos enganchados a todo eso. Sin olvidar la eclosión del audio y del mundo pódcast, que tiene un punto de inflexión inicial muy claro precisamente en Serial, que no deja de ser un gran true crime. Y a pesar de esa producción masiva que alimenta hasta al lector y espectador más voraz, me faltaba algo y tardé en darme cuenta de que lo que necesitaba era volcarme en la parte creativa. Un día, durante el festival BCNegra, el año antes de la pandemia creo que fue, un gran amigo y mejor escritor me dijo con una pinta en la mano: “Te necesitamos.” Y ése fue el punto de no retorno. Cuando lo admití y me atreví, empezó una carrera de larga distancia que me ha llevado hasta aquí. .- Hablemos del protagonista. ¿De dónde sale ese Jean Ezequiel? ¿Y por qué un relato en primera persona? ¿Es un trasunto del autor? Muchos autores de género a los que admiro utilizan la primera persona para escribir series protagonizadas por un personaje central fuerte. Ahí está, por ejemplo, el Charlie Parker de John Connolly. Otros, le dan otra utilidad, como ocurre con el Cuarteto de Yorkshire de David Peace, que tanto me ha influido. Incluso tenemos parejas protagonistas como Kenzie y Gennaro, de Dennis Lehane, donde se narra con la voz en primera de Kenzie. Pero no es algo necesario y hay muchos otros, el gran Michael Connelly sin ir más lejos, que narran en tercera. Lo que me permitía esta voz era centrar la vista, pisar un terreno más seguro con Jean Ezequiel. Por otro lado, es el vehículo perfecto para investigar la muerte a puñaladas de una familia en un pueblo al lado de Segovia. Él busca la verdad con desesperación, pero también se aprovecha del caso, y ahí necesitaba su mirada directa, sin narrador de por medio. ¿Es un trasunto? No, no realmente, pero bebe de las mismas pasiones que yo. Es un tipo que no es brillante pero sí entregado; podríamos decir que compartimos código ético, visión periodística, aunque espero estar un poco menos marcado por la ambición que él. Y en el aspecto más anecdótico, tiene algo de mí, sobre todo en la vestimenta, pero adora el dulce y no sabe cocinar, por ejemplo, totalmente al contrario que yo. Y sí, vivan Mogwai y Alain Delon. .- No es una novela de periodistas, pero el periodismo, en efecto, es una parte central. ¿Cuál era la idea? Hay una parte práctica en todo esto. Jean Ezequiel tenía que ser periodista, eso sí lo vi claro desde el principio, porque mi visión del mundo está muy condicionada por mi profesión y, además, es el universo que conozco, el que de verdad puedo narrar con solvencia. Me gusta que trabaje para un periódico de Madrid en el que intenta progresar, pero a la vez reflejar ese periodismo de provincias que puede ser magnífico o mediocre y que tan bien representa en su faceta más positiva Rodolfa Vals, la primera jefa y maestra que tuvo nuestro querido Jean en su juventud en Segovia y que todavía se bate el cobre. Luego, hay un aspecto generacional claro en la disputa del protagonista con su compañero Julio Palacios. Esto pasa siempre, entre todas las generaciones, pero en mi caso lo viví además a través de la ruptura que supuso el periodismo digital. E imaginar a un hombre que se tiene que abrir camino a través de todos esos prejuicios y privilegios establecidos, en lo periodístico y en lo material, me parecía muy interesante. .- Podemos decir que se trata de una novela coral con Segovia como telón de fondo... En efecto. Jean Ezequiel es el protagonista, pero no sería nadie en su vida sin cierta gente que le rodea: su jefe Juan Gómez, su maestra Rodolfa, sus amigos Jon y Simón, su hija Gabriela y, sobre todos ellos, su mujer Eulalia. De alguna manera, todos le ayudan en su investigación, porque Jean no es muy intuitivo ni excesivamente brillante, y es a través de las conversaciones con ellos cómo va sacando todo adelante. Cada uno tiene su perspectiva y entre todos moldean al personaje. Por otro lado, tenemos a sus némesis, personajes fuertes que se le oponen con vehemencia y sin los que no habría ni trama ni conflicto ni novela; pero es mejor que ésos los descubran ya los lectores. Lo de Segovia tiene que ver también con hablar de lo que uno conoce. No entiendo esas novelas de ambientación exótica, escritas desde Albacete, pero situadas en Irlanda con personajes que se llaman Thomas y Joe, pero tampoco quería hacer exotismo de lo cotidiano. Yo viví en Segovia hasta los 20 años, y he mantenido con la ciudad una relación continua y compleja. Es un sitio fascinante, muy poderoso desde el punto de vista narrativo. Sin necesidad de marear al personal con párrafos llenos de historia wikipédica, podía dar una atmósfera muy apropiada a la novela. Los amaneceres que disfruta Jean desde su despacho, la luz del sol reflejada en las piedras color crema pálido de la catedral son un espectáculo real. Sin olvidar que es una ciudad llena de rincones históricos, lugares emblemáticos, escenarios perfectos. Y luego, es un sitio donde se come y se bebe muy bien, por eso hay una presencia de la comida en la novela y de restaurantes que me gustan mucho y donde he pasado grandes momentos. Sobre todo en La Concepción, parte fundamental de mi memoria sentimental y familiar. Ahora, como cualquier lugar, y puede que todavía peor los pequeños, tiene todo lo malo de las relaciones humanas y su buena carga de corrupción, disfunciones, privilegios ancestrales y otros problemas. En algún punto de la novela cuento que la población de Segovia cabe en un barrio pequeño de Madrid, pero las relaciones sociales que se establecen son radicalmente distintas y el juego de poderes, también. Eso también me interesaba que se viera en "Hontoria". .- Y, sin embargo, el crimen no ocurre en Segovia sino en Hontoria, la localidad que da nombre a la novela. Sí, esto es algo interesante. Me parecía que ese tipo de crimen se ambientaba mejor en una comunidad todavía más pequeña. No me interesa la expresión directa de la violencia, que no está presente en la novela nada más que en unas cuantas descripciones sobre el crimen al principio, sino los efectos sociales y familiares de la violencia. Y eso se intensifica en un lugar con unos cientos de habitantes y su propia idiosincrasia, pero completamente conectado con el mundo y a cinco minutos de Segovia. De hecho, es un pueblo convertido en barrio de la ciudad. Como Jean, yo también fui mucho allí de pequeño, y tengo allí algo de familia por parte de mi padre, y de ahí que me pareciera el escenario perfecto para desatar esas tensiones, rumores y odios. .- Es una novela negra, además, en la que tienen una fuerte presencia distintos casos reales. ¿Por qué tanto interés por el true crime? Me gusta mucho la protohistoria del género, Rodolfo Walsh o Truman Capote o Norman Mailer y a lo que se atreven, cómo rompen con lo establecido hasta entonces, pero me fascina el mundo del crimen en Francia, donde hay muchos más casos míticos de lo que la gente puede pensar y grandes periodistas para contarlo. Pero sobre todo hay una forma de relato, que es el que sigo y el que influye tanto en "Hontoria", basado en la gran investigación periodística, en trabajos realizados a lo largo de muchos años, como los de David Grann con el caso de los osage en Oklahoma o Laurence Lacour y su relato brutal del caso del pequeño Gregory, uno de los misterios sin resolver más complejos de la historia criminal. Pero, además, los crímenes reales me daban un material que amalgamar con la pura ficción para crear un híbrido en el que estos casos alimentan y nutren la visión del protagonista sobre su propia investigación. La trama central de la novela, pura ficción, bebe de varios de ellos, algunos más conocidos que otros, todos fascinantes. El resultado, espero, es algo no muy habitual en el género en español. .- La estructura tiene, aparte de la narración central, otros elementos como un pódcast, un programa de radio o fragmentos de periódico. ¿Por qué? La idea del pódcast y también de los pequeños fragmentos de radio que hay en la novela vienen de mi pasión absoluta por lo sonoro desde muy joven. La radio transmite la oralidad de mi barrio, de los pueblos, el habla específica de Segovia. Es algo que también trato de transmitir a través de los diálogos, pero es el juego con lo sonoro el que lo expresa de manera directa. Los programas abiertos a la participación del público fueron el Twitter de mi infancia. Y luego ahí también estaba el rezo del rosario y otras cosas. Un universo fascinante. El pódcast actualizó esa pasión y la llevó mucho más lejos. Como siempre que se vive una época de superproducción, hay aproximaciones lamentables, frívolas, con un tono terrible y que triunfan, como es el caso de Morbid. Pero también hay productos como los de AMC Reportso el mismo Serialo David Ridgeon en la radio pública canadiense que han llevado el true crime a una narrativa en audio inimaginable hace no tanto. Y todo eso tenía que estar en la novela. Y sirve, además, para alimentar una doble vertiente: por un lado, hay partes esenciales del caso que se resuelven ahí; por otro, es la mejor manera de incluir referencias a esos crímenes reales de los que hablábamos antes. Para eso creé el pódcast Píldoras criminales, que dirige y presenta Jean Ezequiel y que le sirve, para prosperar en el mundo periodístico. Por último, los fragmentos de prensa eran esenciales como herramienta para contar avances de la historia. Quería escribirlos como si fuera un periódico, no EL PAÍS sino ese para el que trabaja Jean, y reflejar otras cosas: el protagonista escribe de manera muy diferente a Julio Palacios, por ejemplo. Y también está ahí el lenguaje de agencias, tan útil, directo, desprovisto de los adornos de otros. Creo que es un mundo narrativo muy rico y que, al añadirse a una ficción más canónica, producen un híbrido que trata de estirar un poco, al menos en la estructura, los márgenes del género. .- "Hontoria" es una novela llena de casos reales, ¿cómo es la relación de este relato con la verdad? Compleja. Es una novela de principio a fin, pero tiene muchos casos reales que recorren la narración y la vertebran, incluso algunos que investiga o cubre el propio Jean como el atraco a la sucursal, o el de Pioz y, por supuesto, todos aquellos de los que habla en el pódcast Píldoras criminales. Y también se alimenta la narración de todo lo que he leído y absorbido estos años, de grandes crímenes sin resolver como el de la familia Miyazawa en Japón, que tanto obsesiona a Jean, al de la familia de Burgos apuñalada en su casa o el del jefe policial de Chambourcy, apuñalado en domicilio 15 veces por alguien a quien abrió la puerta y cuya muerte nunca se ha dilucidado. Y siempre presentes los grandes casos sin resolver, el del Asesino del Zodiaco, con el que juego en la trama, o el del pequeño Gregory. Juan Carlos Galindo (Segovia, 1979) es redactor de El País, donde combina la dirección de la sección de Pantallas con entrevistas y críticas en el suplemento Babelia y la cobertura del mundo literario para Cultura. Desde 2010 escribe y coordina «Elemental», un blog de novela negra. En septiembre de 2022 empezó su andadura en la tertulia cultural de La Brújula, en Onda Cero. Colaborador habitual de BCNegra, Hay Festival o Quais du Polar de Lyon, su vida profesional gira en torno a la literatura, mientras que la personal está consagrada a su mujer y a sus dos hijas. "Hontoria" es su primera novela, pero tiene pensadas al menos dos más. Por Violant Muñoz i Genovés
¿Quién mató a Sarah Evans? Alfaguara Negra presenta al nuevo joven prodigio del thriller español: una intriga literariamente adictiva. San Francisco, 2018. A tan solo unos días de Navidad, aparece entre la niebla la cabeza decapitada de una chica en un callejón. William Parker, inspector de policía en excedencia e intento forzado de escritor, recibe la visita de la teniente Watson cuya intención es hacer que se reincorpore de inmediato para atrapar al asesino. Parker no quiere volver, pues sufrió demasiado en el último caso en el que se implicó y esa herida en forma de recuerdos y dolor aún no ha cicatrizado. Lo que sucedió en Los Ángeles le marcó para siempre, y ahora, con fobia a los ascensores y adicción al tabaco, intenta salir adelante escribiendo una novela que no termina de cuajar. Sin embargo, cuando la teniente le enseña una foto de la cabeza de la víctima, William empieza a hacerse preguntas: ¿dónde está el cuerpo? Casi sin darse cuenta, el inspector empieza a sacar hipótesis, traza bocetos mentales y llega a conclusiones prematuras. Ahora le es imposible apartar la mirada y acepta el caso sin dudar. Por otro lado, Fernando Fons, experiodista español y camarero en la Golden Soul Cafe, situada en una esquina de Fillmore Street, se entera de que su jefe estará fuera unos días y llegará a la cafetería una chica nueva, Amanda, para suplir su ausencia. Fernando la recibe con desagrado y reticencia, pero su actitud cambiará al descubrir que los dos tienen en común mucho más de lo que hubiese imaginado: Amanda también estudió Periodismo. Fernando le cuenta cómo llegó a ser periodista en Tavernes de la Valldigna, su ciudad natal, sus experiencias en el amor y cómo este hizo que se convirtiera en un gran profesional. Aunque Fernando muestra un carácter duro y autoritario, los miedos le hacen cosquillas en la nuca con Amanda al lado. Él sabe muy bien qué quiere en su vida y qué no, pero ¿hasta cuándo aguantará ese muro de asertividad que él mismo ha confeccionado para su propia protección? La noticia de un asesinato es tema de conversación en la Golden Soul Cafe, y el periodista de investigación que lleva dentro Fernando aflorará de nuevo para buscar esa verdad que la policía no es capaz de encontrar. En palabras del propio autor: “... Cuando era niño, no sabía qué quería ser de mayor, pero sí tenía una cosa muy clara: quería escribir un libro. Más tarde decidí estudiar música, y actualmente, me dedico tanto a la docencia como a la interpretación, y a escribir en mis ratos libres. En mi último curso del instituto, participé en un concurso literario y, al día siguiente de la entrega de textos, mi profesor de literatura vino a mi mesa para hablar sobre el mío. Me dijo que era muy bueno, pero que no se creía que lo había escrito yo y, por tanto, no valoró mi propuesta. Al principio me frustré, pero más tarde me sentí orgulloso, porque recordé que a Joël Dicker, uno de los escritores que más admiro, le había sucedido algo lejanamente similar con su primer libro. En 2020 empecé a escribir mi primera novela, pero la dejé a las 270 páginas. Sin embargo, un día le conté a mi pareja esa historia. Estuve más de una hora relatándole lo que había pensado con cada detalle y la vi sorprenderse, desconfiar de algunos personajes y encariñarse con otros, y erizarse al descubrir los giros y el final de la historia. Aquello fue determinante. Tenía que escribir esa novela. Entonces vi un anuncio del curso de novela negra que organizaba Cursiva en Penguin Random House y me apunté sin dudarlo. ¡Y ahora, unos meses después, me veo eligiendo la cubierta y leyendo las pruebas de mi novela que será publicada nada menos que en Alfaguara! Con 26 años voy a cumplir el sueño que tuve de niño. En “El último caso de William Parker”, nos adentramos en una historia hilada por cuatro tramas con sus respectivas ambientaciones. Hay dos protagonistas, William y Fernando, y cada uno tiene dos tramas: una del presente y otra del pasado. Las dos tramas del presente, narradas en primera persona por los protagonistas, comparten ambientación mientras que las otras dos, contadas por un narrador omnisciente, van por separado. San Francisco es la ciudad que escogí para la trama principal, la del presente. Llevo muchos años escribiendo historias menos ambiciosas en las que, en todas ellas, la acción se desarrollaba en Tavernes de la Valldigna, mi ciudad natal, y esta vez quise llevar a mis personajes más lejos. Fue como un reto para mí, pues quería ambientar esta historia en algún lugar donde no hubiese estado, y la primera imagen que me vino a la cabeza, no sé muy bien por qué, fue el Golden Gate Bridge. Lo siguiente que quise imaginar fue otra imagen, algo impactante, y una cabeza decapitada se plasmó en mi cerebro como los bocetos que el mismo William Parker traza para investigar. Ya tenía la premisa para mi novela, solo quedaba ponerme a escribir. He pasado incontables horas delante de la pantalla, recorriendo las calles de San Francisco en Google Street View, buscando el lugar perfecto para cada escena, y creo que el trabajo ha merecido mucho la pena. Ahora ya tengo un buen motivo para hacer ese viaje a California y hacer una ruta por los escenarios de “El último caso de William Parker”. La trama se desarrolla en 2018 por distintas razones. Por una parte, mi idea era que la historia fuera preCovid-19. No quería que la pandemia que tuvimos que sufrir (que estábamos sufriendo cuando empecé a escribir esta novela) estuviera presente a lo largo de la narración. Desde mi punto de vista, la historia sería muy distinta con las restricciones, distancias de seguridad, contagios, etc., y prefería un conflicto libre de estas problemáticas. No obstante, sí hago un par de referencias en el libro. Por otro lado, necesitaba una época bastante cercana por la fuerza de las redes sociales y la utilidad de la tecnología moderna. La Navidad es otro elemento importante en la novela, pues aparece la cabeza a cinco días para la festividad. Y no lo escribí así arbitrariamente, sino por razones dramáticas: para añadir escenarios más decorados, incluir ciertos comportamientos sociales y crear una especie de cuenta atrás hasta la fecha. La trama del pasado de William Parker transcurre en 2017 y se sitúa en Los Ángeles. Desde mi punto de vista, era importante que estos acontecimientos sucediesen en otra ciudad y otro año, sobre todo para que el lector diferencie las distintas tramas fácilmente. Por último, el pasado de Fernando Fons, como no podía ser de otro modo, transcurre en Tavernes de la Valldigna desde 1988 a 2018. Como ya he mencionado, mis anteriores historias sucedían en la ciudad que me ha visto crecer y convertirme en la persona que soy, y Fernando ya había aparecido en otra narración. Vi en él ese potencial que supongo que ven los escritores con sus personajes, y le hice viajar por cualquier motivo a Estados Unidos para meterse en “El último caso de William Parker”. Todos los lugares de Tavernes de la Valldigna que describo en el libro son reales, aunque me doy la licencia de crear la redacción de un periódico ficticio con el nombre de la montaña que protege la ciudad: Les Tres Creus. En cambio, todos los personajes de la novela, sin excepción alguna, son producto de una humilde imaginación que, aunque no sea así, los ve y los verá siempre reales...” Los personajes principales son dos: William Parker y Fernando Fons. William es inspector de policía especializado en asesinos seriales. Su personalidad, que dista mucho de la que fue en su día, lo llevará a investigar este nuevo caso con tristeza y remordimiento. En 2017 colaboró con la policía de Los Ángeles para atrapar al llamado asesino del ascensor, pero ocurrió algo que lo marcó hasta tal punto que se vio obligado a pedir una excedencia y mantenerse alejado del cuerpo durante una temporada. Adicto al tabaco y con fobia a los ascensores, William hará todo lo que esté en sus manos para resolver el caso aunque el odio, las injusticias y las horas de sueño intenten impedírselo. A pesar de tener un destacable pasado como periodista en España, Fernando trabaja como camarero en una cafetería de San Francisco. Servir cafés a gente con prisa no es exactamente su vocación, pero tuvo que irse de España por motivos legales y este trabajo, en el que su nombre no traspasa la del local, le viene como anillo al dedo. Fernando se muestra como una persona segura de sí misma, a veces un poco ruda y distante, pero con buen corazón. Gran amante del periodismo y cariñoso con su gato Mickey, se enfrentará a sus miedos con la presencia de Amanda, su nueva compañera de trabajo. El caso de asesinato que ocupa todos los titulares le removerá sus ansias de escribir y Fernando sacará el periodista que lleva dentro. Alexandre Escrivà , el autor, (Valencia,España, 1996) es originario de Tavernes de la Valldigna y siempre quiso ser escritor. Cursó estudios superiores de música y ha sido miembro de numerosas jóvenes orquestas, como la Joven Orquesta de la Generalitat Valenciana y la Joven Orquesta Nacional de España. Su trabajo musical ha sido reconocido con importantes galardones, como el primer premio en el V International Music Competition «Grand Piano in Palace» de Rusia (2021) o el segundo premio en el International Music Competition 2019 «Paris» Grand Prize Virtuoso de Francia (2019). Actualmente se dedica a la interpretación, compaginando giras y colaboraciones con la Banda Municipal de Barcelona con la docencia, y, cumpliendo su sueño, a la escritura. El último caso de William Parker (Alfaguara Negra, 2023) es su primera novela. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés Todos guardamos secretos, pero ¿qué precio estamos dispuestos a pagar para que sigan enterrados? La inspectora Indira Ramos, ante la mayor encrucijada de su carrera. Y frente a su peor enemigo. Tras el éxito de “El buen padre” y “Las otras niñas”, Santiago Díaz sacude la novela negra española con reglas nuevas para el género. En menos de dos años en el catálogo de Roja & Negra, Santiago Díaz se ha convertido en un autor de referencia para lectores, libreros y críticos. Sus más exitosos colegas —Carmen Mola, Juan Gómez Jurado, Susana Martín Gijón, Mikel Santiago, César Pérez Gellida...— lo han reconocido como un par y se han rendido a su talento. Y ya hay quienes le señalan como uno de los referentes dentro de la actual novela negra española. Se trata de un renovador que sorprende marcando nuevas reglas para un género que sigue al alza gracias a autores como él.
Lo que para Santiago Díaz han sido unos años de parabienes, para su inspectora Indira Ramos han sido poco menos que una montaña rusa emocional. Solo en los últimos doce meses, ha dado caza a Antonio Anglés, buscado desde hace tres décadas por el asesinato de las niñas de Alcàsser, y ha resuelto, junto a su equipo, el modo de meterle entre rejas para sortear la prescripción del crimen. También ha perdido a uno de sus mejores agentes en lo que se disfrazó de desgraciado accidente y se ha visto obligada a elegir entre los dos hombres de su vida, uno de ellos padre de Alba, su hija de tres años. Y ahora, cuando por fin todo parecía haber vuelto a la normalidad y se presentaba ante ella una etapa tranquila, la vida se empeña de nuevo en ponerle las cosas más difíciles que nunca. Santiago Díaz no se ha resistido a meterla en un avispero del que si sale no lo hará ilesa. Como en los mejores guiones de un thriller bien construido. Indira, la tercera entrega de la serie protagonizada por la inspectora Ramos, está concebida como un enorme flashback que comienza con lo que parece el intento de suicido de su protagonista. ¿Por qué Indira está dispuesta a saltar desde un octavo piso? Es la pregunta que muerde la curiosidad del lector hasta la última página mientras se ve atrapado por dos grandes intrigas, y muchas pequeñas pero de importante calado para sus protagonistas, interrumpiéndose para que la imagen completa de lo que sucede vaya apareciendo según se encaja otra ficha del puzzle. El primer caso tratará de resolver qué tienen en común los cadáveres aparecidos en unos terrenos ahora urbanizables del municipio madrileño de Getafe en tumbas que datan de diferentes fechas. Un caso en el que parecen estar implicados una actriz mundialmente reconocida, un político aspirante a presidente del Gobierno, dos hermanas multimillonarias, una aspirante a diseñadora de familia adinerada y su pareja, y el ex de una mujer que se quitó la vida hace unos años. El segundo caso seguirá la pista a un preso fugado de la cárcel de Alcalá de Henares —fuga que ha sido una auténtica masacre—. Se trata del narcotraficante y asesino colombiano Walter Vargas, a quien Indira dejó manco cuando éste se disponía a matar al inspector Iván Moreno durante el asalto para detenerle en su casa de La Moraleja. Habrá también en esta tercera entrega un importante cambio en el habitual equipo de trabajo de Indira. Tras el asesinato del oficial Óscar Jimeno y la separación en dos del grupo, liderados unos por ella y otros por el inspector Moreno, Indira decide fichar a un nuevo y singular policía: Juan de Dios Cortés, un gitano dispuesto a todo por proteger a su familia y un oficial tan inteligente y perspicaz como su propia jefa. Un personaje magnífico y estimulante que abre un nuevo horizonte en la serie de Santiago Díaz y deslumbra al lector con la complejidad de su carácter. Será él quien ponga contra las cuerdas a la inspectora Lucía Navarro, la asesina fortuita del arquitecto Héctor Ríos de la que solo Jimeno conocía su implicación en el crimen, secreto que ella decidió enterrar junto a su compañero tras el accidente provocado. Pero, ¿qué pasaría si Navarro hallara la más mínima pista de la implicación de ‘Jotadé’, como le gusta ser llamado a Cortés, en algún asunto turbio? ¿Callarían los dos o se enfrentarían hasta caer rendidos o, quizás, derrotados? Los dilemas éticos son una de las constantes en la obra de Santiago Díaz, quien gusta de enredar al lector en complicadas cuestiones que juegan con la ambigüedad moral: las falsas excusas de las que nos convencemos por un beneficio propio; la inocencia, su ausencia y los grados de culpabilidad; lo permitido frente a lo permisible... Cuestiones muchas de ellas que pisan la línea roja que separa la legalidad de otras consideraciones y que en muchos casos estaríamos quizás dispuestos a admitir, sobre todo en cuestiones relativas a la defensa de la propia vida, y aún más en la defensa de la vida de un ser querido. Solo Indira parece seguir viviendo según un estricto código ético, el mismo que en su día le granjeó la antipatía de muchos de sus compañeros. Su fama de incorruptible y su talento para resolver casos la preceden más allá de su círculo laboral, motivo por el que se puede rodear de los mejores, aunque ahora todos hayan tenido que elegir de qué lado caen: del de ella o del de Moreno, el inteligente y seductor inspector con el que Indira tuvo mucho más que un affaire a pesar de ser el polo opuesto —a primera vista— de la que un día fuera su jefa. Pero los dos equipos deberán dejar de lado sus enfrentamientos para colaborar en la resolución del caso más importante en las vidas de sus jefes. Un caso que unirá o separará para siempre a Indira y Moreno. Que les obligará a tomar una serie de decisiones de vital importancia aplazadas, pero siempre latentes. Un caso que rebasará todos los límites y pondrá a la protagonista sobre el filo de una navaja en un final a contrarreloj que no augura una feliz resolución. Pero los lectores ya saben que la palabra imposible no existe en el vocabulario de Indira, y si de ella depende, todo se resolverá. Cueste lo que cueste. Indira necesita encontrar un policía a la altura de su equipo y sus exigencias y encuentra en Juan de Dios Cortés al hombre que busca, aunque nadie pueda creerlo. Todo un fichaje, por parte de Indira y de Santiago Díaz, que abre así un nuevo horizonte en su tercera novela: el mundo caló. El rechazo mutuo entre gitanos y payos, las normas obsoletas de una comunidad marginada, el submundo que rodea las barriadas pobres en las que vive la familia de Jotadé, la importancia del patriarca, la defensa a ultranza de la familia, los vínculos raciales, los estereotipos... son algunos de los temas que Díaz puede poner de manifiesto al elegir a un gitano como nuevo miembro del cuerpo policial. Un entorno en el que no son pocos los que miran con desconfianza a un hombre que, por su raza, no les parece que encaje fuera de las celdas de la comisaría: «...La cara buena fue la del poli que tuvo que darle una pipa a un gitano por primera vez. Casi la deja en el suelo y sale por patas...» Jotadé se ha criado en una familia donde los muros han caído, no como en otras. Su padre, Francisco Cortés, nació en 1958 en el municipio de Jódar, a algo más de cincuenta kilómetros de Jaén. Sus abuelos habían emigrado desde Madrid durante la Guerra Civil y toda la familia se instaló en una de las cuevas que habitaban los más pobres en la falda del cerro de San Cristóbal. Allí, rodeados de desperdicios, de ganado y de enfermedades, se ganaron la vida durante décadas trabajando el esparto. Posteriormente, con las ventas en mercadillos. Paco vivió sus primeros años junto a otras familias, tanto gitanas como payas, y todos pasaban penurias por igual, lo que le dio una visión mucho más global del mundo. También aprendió que mantenerse en el buen camino siendo gitano y pobre no era una tarea sencilla. El buen entendimiento que Paco tenía con los payos y su capacidad para solucionar toda clase de problemas hicieron que las demás familias gitanas lo tomasen como referente: «...En el hotel [cerca de Atocha en el que trabaja] seguía siendo Paco, el botones, pero en el barrio pasaron a conocerle como el tío Francisco, y se convirtió en uno de los patriarcas más respetados de todo Madrid. Su principal propósito era que los payos dejasen de ver a su comunidad como gente conflictiva para que, como él, los suyos pudiesen integrarse en la sociedad, pero ni los unos ni los otros se lo ponían fácil...» Una de las mayores sorpresas de Paco fue el día que su hijo le dijo que iba a hacerse policía. Estaba encantado con que Jotadé decidiese derribar barreras, aunque a muchos vecinos les pareciese que se estaba vendiendo al enemigo. Pero Jotadé supo hacerse respetar con mano dura y siendo inflexible. Aún hoy si de vez en cuando tiene que amedrentar a alguien no duda en hacerlo, tenga enfrente al camello que vende a su hermano la droga que le está matando o al Manu, su cuñado y el hombre que tiene aterrorizada a su hermana y sus hijos. Juan de Dios es la intersección entre dos mundos, un hombre que ni reniega ni se avergüenza de su raza, pero que tampoco es esclavo de sus tradiciones. Un policía inteligente, perspicaz y muy trabajador que es fiel a sus principios, leal a sus compañeros y con un estricto sentido de la justicia que no siempre se corresponde con la que se imparte en los tribunales. «...Jotadé adivina sus intenciones y le corta el paso con un volantazo que hace que su cuñado ruede por encima del capó. Se baja del coche y le persigue hasta la esquina donde hace unos minutos el Manu trapicheaba con sus amigos. A pesar de que todavía están allí, ninguno piensa mover un dedo por él: sabía lo que podía pasarle y aun así le dio una paliza a su mujer, cuyos gritos y súplicas se habían escuchado en todo el barrio a primera hora de la mañana. Y ahora le toca suplicar a él, aunque de nada le va a servir...» Santiago Díaz hace honor de la verdadera identidad del género negro: usar sus argumentos para poner en evidencia la oscuridad del mundo en que vivimos. Su realismo crítico se ha sustentado históricamente en la ambigüedad moral de una sociedad que el autor dibuja con todos sus accidentes: la violencia de género, el tráfico de drogas y de influencias, la corruptibilidad del poder, el dinero sucio... También resalta los problemas que afectan a sus personajes, sobre todo los de los principales —aún mejor si se trata de los investigadores—. De nada le falta pues a esta tercera entrega de la inspectora Ramos, ya que Indira saca a la palestra algunos de los grandes azotes de la humanidad hoy. Poder. En su nombre, se mata, se miente, se trafica. Si se tiene, es su abuso lo que aterroriza a quienes lo sufren. Si se desea, el mayor dilema moral es lo que estamos dispuestos a hacer por tenerlo. ¿Qué exigencias morales comporta el ejercicio del poder? ¿Cómo puede llegar este a convertirse en una dictadura? La capacidad de sometimiento de la que es capaz el poderoso encuentra en el paradigma hedónico de la sociedad el perfecto caldo de cultivo. Y en la pobreza y la ambición, un ejército de fieles dispuestos a seguir a quien les procure aquello que necesitan para sobrevivir o que simplemente ansían. Si bien estamos más dispuestos a justificar aquello a lo que la necesidad obliga, no es sencillo dibujar los límites entre lo que sería reprobable para unos y para otros, principio esencial de la ambigüedad moral. Violencia de género. ¿Qué motivos llevan a alguien a dañar a una persona con la que se mantiene una relación afectiva? Esta y tantas otras preguntas son las que a diario se realizan millones de personas, mujeres en su mayoría, en todo el mundo. Una violencia tan incapacitante que a menudo deja a la víctima aislada, paralizada frente a un agresor que se crece ante la falta de respuesta. ¿Cómo escapar cuando la única salida es una puerta a un callejón cegado?¿Hasta dónde llegaríamos por proteger a un ser querido de esta violencia? Narcotráfico. Uno de los negocios más lucrativos a nivel mundial, también uno de los que entierra a más gente. En la novela, Santiago Díaz contrapone varias caras de este submundo: el del capo Vargas, poderoso, millonario, rodeado de gente influyente que le debe favores. El de los camellos de medio pelo como Ray, trapicheando con drogas en barriadas pobres donde van a pillar los miserables, y el de éstos, los ‘muertos vivientes’, los que acaban tirados en sucios colchones con las venas rotas y se llevan consigo parte del patrimonio familiar: económico y sentimental. Las formas modernas de la esclavitud y su repercusión en la intimidad, el tráfico de influencias, la política y los desdibujados caminos para llegar y mantenerse en el poder, el dinero y la deshumanización capitalista, la corrupción policial y sus abusos, el instinto de supervivencia... Todos estos temas van desfilando ante los ojos del lector encarnados por las actitudes de personajes contradictorios, fiel reflejo de lo que es el ser humano. Temas que se combinan con otros más cotidianos, pero de gran calado social, como la amistad, el amor, la lealtad, el deseo sexual... Un universo carnal que no solo da más peso a la narración, también la dota de veracidad y ferocidad. Los protagonistas de Indira—casi en su totalidad— han acabado sacrificando parte de su vida, y en ocasiones arruinándola por completo, por culpa de un secreto. Somos el resultado de las decisiones que vamos tomando, y aún más de aquellas que ocultamos y que trascienden nuestra esfera privada cuando mantenerlas dentro de nuestra órbita se convierte en un objetivo primordial. Fruto de esa necesidad de ocultar algo nace la mentira. Vivir en sociedad nos obliga en cierto modo a aceptar el juego de la mentira, las llamadas mentiras blancas se hacen necesarias en la convivencia si no deseamos correr el riesgo de convertirnos en sincericidas. Pero ¿por qué traicionar nuestra honestidad emocional? ¿Cómo ha afectado a Indira, a Iván y a Alejandro esa falta de honestidad? ¿Y qué sucede cuando las mentiras crecen para tapar secretos inconfesables? Llegada esta tercera parte de la serie, las víctimas de los secretos se multiplican. Clarísimo es el caso de la agente Navarro, que ha sobrepasado todos los límites para ocultar que fue ‘engañada’ por su amante Héctor Ríos. Pero, ¿y los demás? ¿A dónde les ha llevado aquello que esconden? Hacer un ejercicio detectivesco en busca de aquellos secretos que han ido condenado a los personajes es a la vez un acto de responsabilidad moral y empatía que nos obliga a pensar qué salida habríamos tomado nosotros en su lugar. ¿La había? Santiago Díaz Cortés (Madrid, 1971), guionista de cine y de televisión con veinticinco años de carrera y cerca de seiscientos guiones escritos, publicó en 2018 su primera novela, Talión, que ganó en 2019 el Premio Morella Negra y el Premio Benjamín de Tudela. En 2021 vio la luz El buen padre, novela con la que dio inicio a la serie protagonizada por la inspectora Indira Ramos y que ha sido traducida a varios idiomas. Las siguientes entregas de esta serie han sido Las otras niñas (2022) e Indira (2023). Asimismo ha cultivado con éxito la literatura juvenil y obtenido en 2021 el Premio Jaén de Narrativa Juvenil por Taurus: salvar la tierra. (c) Violant Muñoz (c) Mediâtica, agencia cultural |
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