Por Miguel Ángel Avilés
Yo no sé si la delincuencia se acabará algún día o propio de la condición humana, durará para siempre. Yo no sé. Lo cierto es que, desde que tengo memoria, y considerando que es el Estado el del poder y el dueño de la facultad para ir tras ella y castigarla, pensábamos que todo sería algo así como un combate entre el Canelo Álvarez contra de Alfredo Adame con todo y sus patadas, o Javier Solís en mano a mano con Natanael Cano o Manchester City contra el Cruz Azul. Así de fácil. Así de asimétrico. Atacan dos, defienden cuatro. Esa era mi lógica y no teníamos porqué sufrir los siniestros del crimen. Los buenos eran dueños de lo más efectivo a fin darle en todo un 10 de mayo a los que trasgredían la ley y atentaban en contra de la vida, la integridad, la salud y el patrimonio de esa gente que había decidido vivir de lo cosechado por ellos mismos y no del botín que lograban a costillas de lo ajeno. Así pensaba yo, pero entiendo que eso era parte de mi inocencia que hasta ahora conservo. Preciso: de mi inocencia y de lo que tenía frente a mí en un periódico, en la tele, en las pláticas entre adultos y de los macanazos que le propinaban al delincuente habitual de la colonia que se había robado un estéreo, un tanque de gas, la manguera que vio junto a la puerta, el medidor de la luz o un pantalón levis 501 que estaba colgado en el tendedero expuesto al sol para secarse. Eran muchas las películas que había mirado seguramente y como en estas, los buenos vencerían a los malos, volvería la calma, se iría el peligro y todos viviríamos felices para siempre. El tiempo pasó y de esa delincuencia que viví de niño en donde lo más peligroso lo fue esa banda llamada de Los Pantaloneros de los que hablé tres renglones atrás, pasando por una vecina mal encarada que se metía por las ventanas a las casas para robarse los cuentos de la Pequeña Lulú, Archie, Hermelinda Linda y demás nos trasladamos al crimen de alto impacto, suculenta materia prima de revistas como La Alarma, en donde podías ver a descabezados, apuñalados, quemados y así, hasta llegar en años digamos recientes a los sucesos en los cuales destacaba el bautizado como crimen organizado, ese que no puede explicarse su existencia sin la complacencia del estado. Con sus excepciones, policías y delincuentes vivían aparte y no era común identificarlos como la arena y el mar entrelazándose por la marea, no sabiendo a ratos quien es una y quien es el otro o en qué momento consiguen separarse para dejar claro que no existen el uno para el otro. La ciudad de ustedes y la mía eran más chicas lo cual permitía la interacción gustosa y hasta admirable con los guardianes del orden a quienes se le llegó a ver con cierta idolatría pues frente a una pandilla, dos rufianes o unos cuantos bandoleros eran demasiada pieza. Pudo rayar en el estigma al considerar que alguien de rostro agrio y greña poblada de orzuela indiscutiblemente era un delincuente pero tal vez era una forma de pintar raya y confiar que en el otro frente estaban los honorables y bien portados, incapaces de estrechar lazos de amistad con el equipo contrario o andar intercambiando camisetas entre sí porque luego ocurría el desprestigio de la corporación y esta empezaba a desmoronarse porque algunos elementos habían cruzado la rayita para sumarse al grupo de los forajidos. Creeré que la fuerza pública vencía siempre porque su aliado era el pueblo bueno y sabio, y juntos eran dinamita. Sí, es una cursilería o un lugar común resumirlo así, pero quiero decir que había una especie de pacto ya que, por encima de todo, nos importaba la tranquilidad y queríamos conservarla. Pero de pronto algo pasó y si las causas son muchas, no es ahora ni el espacio suficiente para enumerarlas, más bien, tenemos que aceptar que la corrupción y la impunidad rompieron el dique que separaba a los perseguidores - el Estado - de los perseguidos - los criminales y más pronto que tarde la promiscuidad delincuencial ya no distinguió colores, al punto de que ese antagonismo dejó de ser tan marcado y entre sí ya parecen sinónimos. La violencia agarró parejo y al interior de las fuerzas del orden la trasgresión de la ley, el dinero mal habido, los abusos de poder tomaron un rumbo exponencial que no tiene para cuándo detenerse. Los causantes de secuestros, de asaltos, de robos, de saqueos, y otras conductas parecidas estaban aquí y allá, pero tomados de la mano y a la postre, como gobernados o como ciudadanía, nos quedamos solos, desamparados, sin que nadie garantice nuestra protección y en clara desventaja ante una ofensiva incansable, dispuesta a seguir aumentando las cifras de muertes y de terror. No. Desde años atrás pero sobre todo en la historia reciente, el Estado, en ningún nivel ya no es el gran protector, sino al contrario, jugó a traición y en nombre de la democracia nos grita ¡arriba las manos! "Si no puedes con el enemigo, únete a él" pudo concluir y así lo hizo, sin pensarla dos veces. El mal nos tiene a su merced y a tiro de piedra. Cuánto riesgo y sin mucho por hacer porque es su ofensiva, estamos en clara, muy clara desventaja. Mírenlos: ahí vienen, son insaciables. Así no se puede. Defienden dos, atacan cuatro. Y aún hay más.
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Por Miguel ángel Avilés
Según la primera definición que encontré, el mentado etcétera es una expresión que se usa para sustituir la parte final de una enumeración y evitar seguir detallándola por ser muy larga o por sobrentenderse lo que sigue con facilidad. No obstante, a mí me sigue pareciendo una palabra que solo aviva, le aplaude, auspicia a la flojera, a la apatía, a la huevonada, a la holgazanería y estoy convencido de que, el culpable de su existencia, era un gandul, un perezoso, un haragán de marca o un tipo incapaz de encontrar las palabras adecuadas para continuar la marcha de su redacción y llegar hasta donde topara. Si era reportero, pudo consultar un diccionario Si era abogado pudo agarrar un libro de los que tantos hay y aceitarse para seguir escribiendo Si era un médico pudo marcarle a un colega que era amigo de un egresado de letras hispánicas de la universidad que quieran y sopearlo en torno a otras palabras que le ayudaran a continuar ese escrito que terminó con una palabra que , tal vez , nadie entendió. "Me confesó que me quería, pero luego me dijo etcétera. Ha de ser un piropo en griego" "¿Etcétera? ¡Eso lo serás tú! Por eso la palabra etcétera me cae gorda y siento que su utilización afea cualquier texto. Si me apuran, la veo como una tachadura, como un literal escupitajo o una mancha de café, derramada sobre un escrito impecable. Así la veo. Arriba dice que sirve para sustituir la parte final de una enumeración y evitar seguir detallándola por ser muy larga o por sobrentenderse lo que sigue con facilidad. Eso creen. Pero lo que yo percibe es que logra un efecto contrario. Deja en ascuas a un lector, que esperaba leer la mejor descripción en eso que leía , pero , de repente, aparece el mentado etcétera, como si lo que estaba haciendo le quitaria horas y horas de su vida, o tres noches con sus días o toda una pandemia y avienta el bote hacia nosotros para que interpretemos. Ah qué comodidad la suya. En primer lugar, no es cierto que nació el etcétera para evitar seguir detallando. Eso me parece a mí. Fue más bien, porque a su autor, se le acabó el parque de su imaginación, no tuvo más palabras con qué dispararnos y entonces se sacó de la manga ese extraño vocablo llamado etcétera. El jefe de redacción lo estaba apurando ya que el cierre estaba al punto de las doce y aquel vuelto loco se sacó de la manga esa palabreja y así cerró la nota: etcétera. Quizá así le decían a una tía suya - la tía Etcétera-, o ese era el nombre de la comunidad donde nació- San Etcétera de los tomates - o era el nombre que habían escogido para una yegua y, viniéndosele a la mente, recurrió a ella, para salir del atolladero. Quizá. Porque creo que ni para eso sirve ya que no es una palabra homófona, o sea que junto con otra palabra se pronuncian igual, pero tienen significados diferentes y tampoco es homógrafa, es decir que dos palabras se escriben igual, pero tienen significados diferentes. Tampoco es una palabra polisémica . Imaginemos: Etcétera y Etcétera. La primera es una expresión que se usa para sustituir la parte final de una enumeración y evitar seguir detallándola por ser muy larga o por sobrentenderse lo que sigue con facilidad. La segunda es un adjetivo para describir a un hombre o a una mujer que piensa o está convencido que está diciendo cosas muy interesantes frente a un público pero en realidad está diciendo puras tonterías, redundancias o lugares comunes. “Ese tipo es un etcétera“ “Aquella señora es un etcétera” “Me choca la gente etcétera“ Significa entonces que esta palabra vino a este mundo única y exclusivamente a cumplir la función que ya todos conocemos. Punto. Si no me creen, hagan el intento: utilícenlo como nombre propio y a su siguiente hijo o hija pónganle así: “ María Etcétera “ “Karina Etcétera “. Y en masculino está peor: “Raúl Etcetero ““Miguel Etcetero” “Étcetero de Jesús” _ Adivina quien vino” _ ¿Quién? _ Doña Etcétera. Me ponen así y no salgo a la calle. Tampoco es útil como sustantivo propio: “Abarrotes El Etcétera ““Carnicería “ Mi Etcétera “ Rancho “Los Tres Etcéteras”. Ya no digamos en diminutivo: etcétera. Ven, es imposible. Eso creo, supongo, me imagino, considero, estimo, a lo mejor, etcétera. Tampoco me parece que haya surgido porque se sobreentendía con facilidad lo que continuaba. Eso creyó él o lo inventó para justificarse después cuando le dijeran que lo que había escrito, era un galimatías. Eso hay que dejárselo a los lectores y que sean ellos los que lo llenen al autor de tal palabra, de insultos, piropos, reclamos, cuestionamientos, injurias observaciones, embrujos, escupitajos, análisis, escrutinios, condenas, etcétera. Sí, porque si esas vamos, al rato haré algo peor que lo que están leyendo y para evitar las críticas, dejaré una palabrita por ahí medio sangrona, por si las dudas y, el día de mañana, justificaré todas mis tonterías, arguyendo que todo se sobreentendía o que estaba por demás, seguir detallando y así. Por eso insisto que el culpable de su existencia, era un huevón o un tipo incapaz de encontrar las palabras adecuadas para continuar la marcha de su redacción y llegar hasta donde topara. Tan lo era, que no conforme con arruinar lo que estaba haciendo e inventar ese término, el muy vil (o la muy vil) lo abrevió. ¡Lo abrevió! Son marranadas: estábamos a punto de leer la gran obra, pero bostezó o le dio hambre o tenía que irse al baño y antes de irse, puso un punto final con el famoso etcétera, que ahora, para no provocar tanta fatiga, basta resumirlo en etc. y ya. Habráse visto. Esto, para la lingüística o para cualquier disciplina o ciencia, me parece algo así como una profanación, una violación, una irreverencia, un perjurio, un desacato, una rebeldía, una insubordinación, un daño, un detrimento, una lesión, un menoscabo, un quebranto, un agravante, un deterioro, una inconveniencia e, incluso, un largo etcétera. ¡Habráse visto! Por Miguel Ángel Avilés
Durante el sexenio de Guillermo Padres, ex gobernador de Sonora, algunos choferes de taxis y concesionarios se quejaban mucho del trato abusivo que les daba la dirección del transporte, inventando cursos o verificaciones que solían cobrarselos muy caros o así les parecía. Lo mismo ocurría en otros estados de la República y los trabajadores del volante reaccionaban igual. Era mucho lo que se hacía contra ellos y en su lucha estaban casi prácticamente solos. ¡Qué abusivos! Los pasajeros que escuchamos esas historias y empatizando con ellos, nos sumábamos a su indignación pues según las cifras que referían, sí que las autoridades se estaban pasando de tueste. Cómo sentían nuestro viaje, corto o largo, se convertía en terapia de grupo o casi en un mitin en donde todos los de abordo arremetimos contra el gobierno , le tupimos al infumable gobernador y despotricamos augusto contra los excesos del poder. Por poco y nos bajamos del carro para iniciar una huelga de hambre ahí merito. Me parece, sin embargo, que el servicio que ofrecían la mayoría de los taxistas, les impedían tener la voz completa para exigir el mejor de los tratos y si se les pedían que se pusieran las pilas dándole una manita - o manota - de gato a sus unidades y ellos le echaran ganitas para afinar sus modales y darle un trato más digno al usuario, pretextaban una y mil cosas para no hacerlo y así siguieron en las mismas o siguen las mismas, nomás que ahora en otro contexto y en otras circunstancias. No pasó mucho tiempo para que llegara uber y eso más enojo. Argumentaban que era una competencia desleal, que no eran controlados por la dirección del transporte y no pagaban impuestos. Dijeron también otras cosas pero no las puedo citar aquí y además los destinatarios se enojarían mucho. No conforme con eso, se plantaron en algunos lugares como palacio de gobierno para expresar su descontento y exigir trato parejo a favor de todos quienes prestaban un servicio de este tipo pero nada tolerantes se ponían hacia alguien que apoyara a uber o les recordaba el lema "renovarse o morir" porque de lo contrario, si mantenía sus carros en malas condiciones, si continuaban dedicándose a ciertas prácticas relacionada con la droga, el alcohol y el lenocidio,la modernidad les pasaría por encima y terminarían volviéndose polvo de otros ayeres. Fueron muy pocos los que lo hicieron y ni modo, todo se tuvo que dejar a la ley de la oferta y la demanda y a las preferencias de cada usuario. Ahora tenemos esas dos opciones en donde, por un lado- sin ser todos- sobresalen unidades envejecidas con choferes mayoritariamente desaliñados quienes a la hora de cobrar parece que quieren recuperar lo que no han ganado en dos días. Algunos optan por recorrer la ciudad y otros deciden quedarse en el sitio o en la central respectiva de su preferencia o la que pertenecen. No sé si actualmente la dirección de transporte les de un buen trato o los mantenga a raya, pero todo indica que ya no y por eso ocurren abusos como desde algunos años para acá , cometen los taxistas que están en la central de autobuses o sus alrededores. Estos choferes que suelen abordar a todo aquel que salga a la banqueta después de viajar por horas, no se tientan el corazón al momento de fijar la tarifa las cuales están muy por encima del precio promedio cuando se requiere sus servicios. Mas de uno habrá vivido una experiencia así con estos señores que, sintiéndose arropados por la cobija de la impunidad hacen y deshacen sin que ninguna dependencia o autoridad les ponga un alto. Peor aún: si eso hacían con pasajeros locales o nacionales, el abuso ha aumentado considerablemente, con la llegada de migrantes extranjeros a quienes al cobrarles si que se les pasa la raya. Esta semana precisamente el testimonio de una trabajadora de las que venden los boletos para viajar, nos cuenta que ella y su esposo tuvieron que salir en defensa de uno grupo de personas a las que un taxista pretendía cobrarles, sin pudor alguno, ochocientos pesos de la central de autobuses al centro. ¡Qué abusivos! Como esta historia de exceso hay otras más que se quedan nomas como evidencia de lo que pasa con los que ofrecen este servicio, pero continúan haciéndolo porque no hay consecuencias de sus actos ni reciben sanción alguna. Solemos quejarnos mucho por el trato que se les da a nuestros compatriotas, allá del otro lado de la frontera y señalando con furia cualquier hecho de esa naturaleza. No obstante, al ver lo que aquí pasa, tenemos que aceptar que no nos distinguimos ni tantito. Las ganas de pasar por encima de nuestros semejantes pues, no parece tener una sola nacionalidad. Somos defensores de mejores tratos solo de dientes para afuera, en tanto no se nos presente la oportunidad de cometerlos cualquiera de nosotros. Ni hablar, así somos y de ese tamaño es la incongruencia a la hora de analizar que tanto empatan nuestro decir y el hacer. ¡Qué abusivos! Por Miguel Ángel Avilés
Todos los niños y todas las niñas desean cumplir sus sueños. Algunos no abandonamos ese privilegio de la niñez, en tanto que, aun de grandes, continuamos soñando hasta conseguir lo deseado. Estamos de pie y seguimos adelante, mientras prevalezca una ilusión. A diario y a ratitos, percatándonos o no, picamos piedra y damos un paso adelante, hasta que, por fin, aquella fantasía se vuelve realidad. Esas conquistas son inmediatas, otras se prolongan, las más, sin embargo, llegan en el momento justo. Ni antes ni después. Ilusiones por culpa de una promesa, ilusiones por contagio, ilusiones por vocación, ilusiones por entereza, ilusiones inducidas por la publicidad, ilusiones genuinas, ilusiones imposibles de cumplir, ilusiones comunes nacidas de la tradición, ilusiones. Según mi ya recurrente diccionario de cabecera Yasmin- español, la palabra ilusión significa "Esperanza, con o sin fundamento real, de lograr o de que suceda algo que se anhela o se persigue y cuya consecución parece especialmente atractiva. También es un "sentimiento de alegría y satisfacción que produce la realización o la esperanza de conseguir algo que se desea intensamente". Esto último le atina, al dejar claro que una ilusión no comulga con algo indeseable. Una ilusión no se concibe sino está de por medio la alegría, lo bonito, el disfrute. Es decir, nadie tiene la ilusión de que lo atropelle un carro. Tampoco se tiene la ilusión de caerse en una alcantarilla o que toquen la puerta de su casa a las cinco de la mañana, un domingo, ni se tiene la ilusión de que tu reloj te despierte con una canción de Natanael Cano o te regalen una colección de todos los estandoperos de Comedy Center. ¡Dios Guarde! En cambio, como los niños que fuimos, que seguimos siendo, nos podemos ilusionar en espera de nuestro cumpleaños o porque ya viene navidad o porque Santa Clos vendrá a tu casa o porque tu papá regresara del cielo a verte o porque esa joven te aceptó la invitación para ir cine. Nace una ilusión porque te dijeron que el fin de semana te llevarán a comer mariscos, o pizzas Jessy o pollo asado al carbón o porque irás a la ciudad de México o, asistirás por primera vez a la lucha libre o irás a pescar o porque ya está a punto de publicarse tu más reciente libro o porque en los próximos días te entregan el carro deseado. Estar ilusionado o mantener una ilusión es oxigenar tu momento de vida, es un combustible que te ayuda a seguir viajando con alegría en espera de que se concrete lo que esperas. El viaje puede tardar años, o por diferentes motivos, no lograrse nunca, pero es muy importante que la llama se mantenga encendida con la suma de cosas que harás para que estas sirvan de carburante y no quede por ti o por quienes también ponen de su parte a fin de conseguirlo. En este abanico de deseos te puede ilusionar lo más simple o lo más convencional, de tal suerte que basta asomarte por la ventana para contemplar lo anhelado o salir a caminar y encontrarte con lo ambicionado. Pero a la vez se puede volverse una ilusión el conocer una ciudad lejana o comer un fruto que solo lo encuentras en el último pueblo del continente africano o apetecerías cohabitar con Shakira o estar con ella en una playa desierta. Para lograrlo ya dependerá de la titánica labor que uno realice ( o la que realice Shakira si me quiere encontrar a mí) o de plano, te rendirás convencido de que nunca de los nuncas esto se hará realidad. Hay otros casos que por más singulares que parezcan y que en muchas otras ocasiones bastaría un NO para que el ilusionado se calme y olvide , pero se hace trabajo en equipo y se cumple . Lo hemos visto en programas de televisión en donde alguien tienen la ilusión de volver a encontrarse con su abuelita después de treinta años sin verla y con todo el dinero del mundo y sabedores del rating que eso provoca, salen a buscarla por cielo, mar y tierra hasta que dan con su paradero o consiguen a una casi idéntica, la hacen pasar como tal y ahogados en llanto se abrazan, prometiéndose en juramento, no volverse a separar jamás. Sin embargo, hay casos en donde la ilusión es provocada por lo que menos se esperaría o de cada millón de encuestados, uno, cada veinte años, desearía conocerlos ,estar frente a frente y sumarse con pasión y felicidad a ese grupo, como si se conocieran desde siempre . Es la historia de Luis quien a sus tres años tenía el sueño o la ilusión de conocer a los voladores de Papantla y perseveró hasta lograrlo. ¡A los voladores de Papantla! No a un cantante de música infantil, no a Chabelo, tampoco a un equipo de fútbol o de béisbol o a Octagón o a Pepa, sino a los voladores de Papantla Ignoro donde pudo darse cuenta que existían, quizá en la expo ganadera, pero convertido , de pronto, en un gran admirador de la danza y ritual de los voladores de Papantla , mi ahora admirado Luis viajó con su familia desde Hermosillo, Sonora, hasta el pueblo veracruzano para cumplir su anhelo de ser un volador. Por obvias razones, esta odisea de Luis y su familia ha sido difundida en redes sociales y ha generado mucha popularidad en esta zona del norte de Veracruz, tanta que e incluso el alcalde de Papantla, buscó platicar con el carismático niño y su familia. Ni tanta distancia fue impedimento para conocer en persona a los voladores, luego de que en mayo cuando en un evento en la ciudad de Hermosillo, presenció por primera vez la danza que le provocó inquietud y demasiado interés o más bien dicho,una ilusión. Verlo tan feliz y extrovertidamente dispuesto a realizar cualquier ejercicio que le pudieran , resultó una maravilla y un ejemplo de que es posible conquistar victorias aun a temprana edad, cuando está de por medio el amor, la pasión y unas ganas infinitas de pisar ese territorio , tan libre y seguro como esos pájaros que un dia cualquiera dejan el nido, abriendo sus alas y, bellamente, se echan a volar. Por Miguel Ángel Avilés.
Dar la otra mejilla" es una expresión de Jesús, mencionada en los evangelios de Lucas y de Mateo y se finca en la enseñanza de no responder al mal con otro mal. A mí me parece un acto de suma generosidad y sacrificio. Soy un fiel seguidor del hombre de Nazaret, ante todo por su congruencia y lo arbitrario que fue el juicio en su contra, por tanto, respeto mucho aquello que dijo, pero en ocasiones siento que ese otro que es el que está agrediendo, se vale de la ocasión, le importa una pura y dos con sal que se pretenda con eso y, sin compasión alguna, da el enésimo golpe traidor, aprovechándose que tenemos la guardia abajo. Porque atendimos el pronunciamiento de Jesús y pusimos el otro cachete a merced del rival para que se despachara con la cuchara grande. Sin embargo, si atendemos al principio de proporcionalidad, esto es muy abusivo. No pienso traicionar a mis creencias ni simular lo que no soy, pero me parece que el ofensor se dio cuenta de que no reaccionaríamos y, lejos de ponerse un alto frente la lección que le daban, aprovechó el gesto y sacó todo su potencial como troglodita. Si alguien te da una bofetada en una mejilla, ofrécele también la otra mejilla. Si alguien te exige el abrigo, ofrécele también la camisa. Dale a cualquiera que te pida; y cuando te quiten las cosas, no trates de recuperarlas. Dijo “de aquí soy”, desventajoso y como Pipino Cuevas arremetía contra sus adversarios, de esa manera, ese otro actúa al saber que como buenos discípulos de cristo, ni las manos meteremos. Pues que caray. Porque, al menos que fuésemos masoquistas, si la primera cachetada nos dolió hasta el alma, no hay razón para jugarle al fuerte y poner la otra. Ah, porque así decimos: “poner la otra mejilla” trastocando lo que aseguran es la expresión original: “dar la otra mejilla”. Bueno, según Lucas y Mateo y no creo que ellos le anduvieran levantando falsos. Alguien más avezado, pero sobre todo más abusado que este columnista, profundiza sobre el tema y señala que “la postura de la otra mejilla es en cambio, mucho más violenta, porque presume de una superioridad moral. El violento percibe a aquel que no reacciona ante su violencia, (no por miedo sino por principios), como a un ser que se siente superior a él moralmente y esta percepción genera mucha más violencia aún”. “Éste en vez de calmarse se violenta aún más, porque se le permite la violencia y se le motiva a seguir. Los llamados pacifistas conocen muy bien esta táctica y la violencia que ejercen los autodenominados «pacíficos» es la violencia de la superioridad moral”. Me parece que tiene toda la razón. Es que yo no dudo de la magnanimidad del nazareno, pero, lamentablemente, desde entonces a la fecha, no todos pensaban así y si existía el bien, también estaba el mal con destacados representantes de este bando que no entendían de acciones de buena voluntad, y pegaban o siguen pegando el descontón sin miramientos. Entiendo que tú actúas de buena fe, sin embargo, la percepción del contrario puede ser infinita. Se pone la otra mejilla porque se es muy inocente, muy dejado, muy generoso, muy lerdo, muy incondicional, muy tonto, muy bueno, muy entregado, muy clemente, muy ingenuo, muy compasivo, muy borrico, muy frágil, muy débil, muy humano, muy obtuso, muy esplendido, muy algofílico, muy complaciente, o muy sádico o no sé. Es decir, el oponente que suele ser gandaya o alevoso no desaprovechará la oportunidad ni pedirá un tiempo fuera con tal de ir, muy conmovido, por una copa, una medalla, una corona, unos laureles, una réplica de la Orden Mexicana del Águila Azteca para condecorarte y hacerte una reverencia. Mucho menos soltará el cuerpo y dejará de lanzar ese volado de mano izquierda o esa patada Dwi Chagi que tiene ya muy ensayada. Insisto: a uno le queda claro el sentido de la frase y cuál era indulgente propósito. Mis respetos para el creador. Pero no es lo más pertinente llevarlo a la práctica a rajatabla por sobre todas las cosas porque si bien tú quieres pasar a la historia como el nuevo Mahatma Gandhi o Nelson Mandela, en los hombres o la nueva Rigoberta Menchú o la Madre Teresa en las mujeres, resulta frente a ti tienes al Degollador del río Consulado o al “Pelón” Severa o a la Mataviejitas. “Si alguien te da una bofetada en una mejilla, ofrécele también la otra mejilla. Si alguien te exige el abrigo, ofrécele también la camisa. Dale a cualquiera que te pida; y cuando te quiten las cosas, no trates de recuperarlas”. Hasta ahí todo bien, a pesar de los asegunes que ya he dicho. Pero supongamos que lo llevo a la práctica. Quien me garantiza que poniendo la otra mejilla, será ahí, justo ahí en donde el agresor tire el nuevo sabanazo. O sea, yo estoy esperando, resignadamente que el trancazo se estrelle abajito de mi pómulo y al contrincante le da por zamparme un gancho al hígado, un Jab, un uppercut o se le antojan mis espinillas o mi bajo vientre o abajo del bajo vientre, convirtiendo la escena en una exhibición de vale todo. Lo que menos deseo es que me etiqueten como blasfemo. Ya lo dije: mis respetos para el creador. Era cristo y no se creyó ser otro ni nada más superior y porque hay otros, siendo la nada, que insinúan ser o que lo traten como a Cristo. Pobres diablos. En fin, eso opino y me parece que la biblia nos ofrece además lo que puede ser un equilibrio: “Así que, ¡no seas demasiado bueno ni demasiado sabio! ¿Para qué destruirte a ti mismo? Por otra parte, tampoco seas demasiado malo”. Por si sí o por si no, a estas alturas de mi vida es hora ya de anunciar este decreto: mi otra mejilla no se toca. No señores y señoras, no se toca. Por Miguel Ángel Avilés
"Si uno es capaz de encontrar humor en cualquier situación, podrá sobrevivir a ella". Bill Cosby Si algo no sabemos, es cuándo vamos a morir. Podemos hacer un cálculo, según nuestra edad o el estado de salud que traemos, pero una certeza, así como decir que estamos en el mes de octubre o noviembre, que el día 2 es día de muertos, que nos fue como en feria con la maldita pandemia, que el América es el mejor equipo de México, que Ibargüengoitia se dio en la torre en España, o que Carlos Ancira era un actorazo, nadie la tiene. Ojalá se pudiera, porque hasta planes hiciéramos. En primer lugar, si hemos sido obsesivamente ordenados toda la vida, tendríamos que agendar ese fatídico momento. Supongamos algo así: Mayo: 1. Día del trabajo 2. Pagar el celular 3. Día de la Santa Cruz 4. Toca morirme 5. Lo ignoro, porque me morí un día antes. Lo mismo pueden hacer con junio, julio, septiembre, octubre o noviembre, según les toque. Más aún: pueden jugarla al macizo y citar: Voy a escoger un día grande/Pa' morirme por las pollas que yo quiero/Me gusta el 2 de noviembre/Y ayer fue día primero. Sí, sería muy sangrón de su parte si hacen eso, pero se respetaría. Claro, ya sabiendo, cada quien tendría que hacer sus preparativos a su manera, a su estilo, es decir, como le dé su regalada gana. Esto puede recaer en sí mismo o un grupo de amigos que le organicen su muerte o contratar a esa empresa que, visionaria, organiza todo para el día que estirarás la pata. Puede que les dé flojera repartir las invitaciones, pero no olviden que será la última. TE INVITO A MI MUERTE Vamos a pasar un día lleno de sorpresas ¡NO FALTES! Es nomás una idea, cada quien la hará a su gusto. Porque a fin de cuentas se trata de una fecha muy especial. Recuerden que no se muere uno todos los días. El chiste es que cada bien se vaya a su modo. Algunos echarán la casa por la ventana, otros se prepararán de último soplo y otros tantos, muy desidioso, no tendrán listo nada, como si no le importara o como si uno se pudiera morir todos los días. Aquí no sé si quepa eso de que uno puede morirse como hubiera deseado o haciendo lo que mejor le gusta. Es que depende mucho de los organizadores y que tan dispuestos estén de mover su agenda. _oiga, fíjese que se me presentó un contratiempo y me será imposible morirme el día que les dije ¿puedo cambiar la fecha? _¿cómo pa’ cuándo ? _Pa’ mediados de noviembre _ Uy, no, está todo lleno. Pero en diciembre le pudiéramos abrir un campito - ok. pero que sea después del 25 . _ Correcto _ ¿seguro? _Seguro, como quiera vendemos a otro ese espacio. Si viera como hay gente queriéndose morir… Y así Pero ahí no acaba la cosa. El problema se presenta cuando no se ponen las pilas y quieren que la muerte les llegue como caída del cielo, sin haber ningún dato que nos diga que estaba en proceso de morirse. Eso sí que no. Peor aún: resulta que programan su respectiva ocasión, hacen un gastadero, familiares y amigos se preparan y aquel o aquella no deja de ir al gym, se alimenta sanamente, duerme las ocho horas, no se revienta cada fin de semana, se realiza exámenes médicos cada tres meses, no le echa azúcar al café ni a nada, no consumen Coca-Cola, no se suben al metro ,no se comen a mordidas un botete , han de dejado su fanatismo para siempre, ignoran las salsas que cocinan en las pizzerías, se checan la presión a diario y no han vuelto a mirar desde hace mucho tiempo, ningún noticiero de tv azteca. ¿Así cómo? Me parece que se debe ser más serio. ¡Esto no es un juego! No solo es el incumplimiento del contrato en perjuicio económico de la familia, también impacta indirectamente en otras fuentes indirectas de empleo: que el mariachi que había pedido, que el café ya comprado, que el menudo apartado en el mercado, que el traje de su elección. Todo ese gasto, ¡a la basura o , irónicamente , al pozo! Es cierto, viendo tanta demanda e interesado para morirse , los respectivos negocios con ese giro, ya se habrán puesto las pilas y tendrán algún paquete que ofrecer. PAQUETEMUERAS Incluye: Recolección del cuerpo, el arreglo estético del mismo (si es que es posible pero se le hace la lucha), el embalsamado, traslado en carroza, préstamo del equipo de velación y la capilla. Mariachi o música a su elección Tres plañideras Café y bebidas nacionales con y sin alcohol Un cuenta chistes a disposición de los asistentes Un sacerdote de guardia las 24 horas por si ese día no encuentran a uno Claro, a nadie se le obliga, pero si no se disciplinan, ahí tendrán que escribirse en la lista de espera o dejar que la muerte les llegue por azar, o gracias al destino o por distraído o porque anduvo por ahí de rogón, buscando la más forma más vulgar para morirse. Los más desesperados, echándose a las llantas del primer camión que vieron; los románticos creyendo que morirán desangrandos, gracias a la tinta sangre de su corazón; otros, resignados, nomás aceptando que ya se los llevó pifas, pero otros más, rogando a dios que le traiga la muerte más inusual: Perder la vida, combatiendo contra el ejército invasor. Morir al lado de Fanny Cano y no se diga más. Suicidarte con la camisa puesta del Cruz Azul. Intoxicarte con una sopa maruchan gourmet, es decir, con ramen. Por estallamiento de vísceras, al rebotar en el piso, luego de que se trozó el mecate con el que te querías colgar en el viejo techo de tu casa. Son algunas opciones, pero ustedes pueden sumar más. Por ejemplo, la que decidió ese chamaco que, para él, la lucha libre lo era todo y le dio por enmascararse para que no lo conocieran sus rivales, quienes morirían después de él.según creyó. Pobre tonto," eterno luchador' que un día informó que la semana siguiente era la gran fecha y estábamos todos invitados a tu muerte. Así fue, pero empezó a morirse desde temprano para ensayar y, cuando llegaron los aficionados, no podía más. Dicen que le dio tanta vergüenza que, en la primera oportunidad, se lanzó desde la tercera cuerda y sin tener ningún blanco al frente, ni rival que lo recibiera cayó en seco y se desnucó. Sí algo no sabemos, es cuándo vamos a morir. Por Miguel Ángel Avilés
Recuerdo aquel mes de julio que regresábamos a Hermosillo después de un kilométrico tours y el camión hizo escala en Mazatlán para que estiráramos las piernas, disfrutáramos del paisaje marino y camináramos por los alrededores del puerto como lo que en ese momento éramos: unos auténticos turistas. ¡Faltaba más! Sin embargo, cuando nos bajamos un fuerte aire nos pegó en la cara y ,aun desde lejos, pudimos ver que el mar estaba muy picado , como si estuviera de mal humor. Algunos estaban distraídos comprando chácharas o buscando una pulmonía con tal de pasearse un ratito, nomás que en eso empezó a llover y nos cambió todos los planes. A mí me dieron un paraguas nomas que nunca entendí si era para que lo abriera o para que lo cerrará porque cuando lo quería abrir se cerraba y cuando lo quería cerrar ya estaba abierto. Después de algunos intentos, mejor opté por dejarlo pues ya no supe si eso que tenía en mis manos era un paracaídas, una escoba maldita, un árbol viviente o un papalote. Cae cae cae. Se va a bolina la imaginación, buena cuchilla la picó. Llegué a pensar que, de un jalón, cual, si me trepara en unas sábanas, ascendería al cielo, como Remedios La Bella y me iría para siempre a los altos aires en donde no podrían alcanzarme ni los más altos pájaros de la memoria. Pero no nada de eso. Nada más se me figuró, no anden creyendo todo lo que les dicen porque al rato, cualquier loco los engaña. Lo cierto era que merodeaba un huracán y para mí, son palabras mayores ,al saber lo que puede implicar que un fenómeno meteorológico así, alcance tierra y por experiencia propia desde siempre me entra una buena carga de miedo, tanto que ,anualmente , si las precipitaciones vienen cargadas con fuertes aires ,rayos y truenos , vuelvo a ser niño y busco el refugio que ese año del setenta y seis sin condición, me dio mamá. Supe lo del chubasco porque a lo lejos, allá abajo, vi que ondeaban unas banderas negras, o rojinegras, si bien me acuerdo y esos colores indicaban, mínimo, una advertencia, ya sea para que no se metieran a bañarse o, si lo hacían, era bajo su propio riesgo. Aparte está la capitanía de puerto que, en resumen y en operación Yasmin “ una oficina encargada de hacer cumplir las normas de un refugio marítimo o puerto en particular, con el fin de garantizar la seguridad de la navegación, la seguridad portuaria y el correcto funcionamiento de las instalaciones portuarias”. Esto de las banderas se trata de un código internacional basado en colores que es necesario conocer para evitar accidentes, recomendaciones y cuidados para mantenerse seguros y disfrutar en el agua. Suelen ponerse donde se ubican los salvavidas o guardavidas o como le guste usted llamar, unos muy atlético, bronceado, con ojos verdes o azules, otros muy esféricos, azabaches y con panza cervecera pero se encargan encargar de checar las condiciones y deciden qué bandera izar, durante la mañana, el mediodía y media tarde, de acuerdo a la toma de un registro específico que van haciendo para ir que actualizando este código. Los colores de un país a otros, suelen variar, pero hasta donde pude averiguar ayer, en México esto quieren decir: Bandera Verde: excelentes condiciones para meterte al mar, la Bandera Amarilla: debes nadar en el mar con precaución. Bandera Roja: condiciones peligrosas por lo que no puedes meterte al mar. Bandera Negra: hay tormenta eléctrica, lo mejor es alejarse del mar. Ignoro quien lo clasificó así, si fue al azar, si el que lo hizo se dejó llevar por los colores de los equipos de fútbol, o si echó un tin marín o si tenía alguna afectación daltoniana, pero esas son las reglas y tendríamos que respetarlas. Tendríamos, dije, pero es aquí en donde la cochi tuerce el rabo. Estarán de acuerdo conmigo si les platico, a modo de ejemplo, que a pesar de esas banderas colocadas esa vez en Mazatlán y la advertencia que significaba, se podían observar a más de un oriundo, residente, o gringo, desafiando a la naturaleza, pese a todo el fúnebre historial que hay por andar jugándole al macizo. Se podrá decir que algunas partes no se ven dichas banderas, pero mucha gente está frente a la tempestad y no se hinca: oscuros nublados, un aguacero, la marejada a todo lo que da , las olas tan altas que se le haría agua la boca para surfear a mi apreciado amigo Zacarías y casi se aparece Noé con una parejita de animales en cada brazo , lidiando al diluvio y ni así la gente hace caso. No obstante, el escenario, pareciera que los señalamientos, o un letrero similar les dijeran: “Cáiganle, estas aguas son un remanso ““Que esperas para meterte, las ráfagas de aire que mueven a esas lanchas, es mera percepción ““Siga, esta calma y el sosiego es para usted y su familia” El que se ahogue primero, ese gana” “ ha llegado en huracán: asista y diviértase”. Todas las advertencias están en inglés o en español. no en arameo o escrito en taquigrafía. No hay pretexto para no leer los anuncios, salvo entre los bañistas predominen las personas con discapacidad visual o un alto porcentaje de disléxicos. Es decir, por más que suceda, no se agarra juicio y el pueblo bueno y sabia sigue terco a confiar en su libre albedrío. Qué bueno que su autoestima esté tan alta, nomás debe quedar claro que soldado advertido no muere en guerra o lo que es lo mismo, sobre aviso, no hay engaño. Es cierto que hemos padecido muchas desgracias o tragedias a consecuencia de la negligencia o la corrupción gubernamental, pero vale decir que de este lado ciudadano también nos da por ser irresponsable. Ahorita mismo puede que esté alguien queriendo chapotear en algún oleaje de Los Cabos, pese a que la Zona Federal Marítimo Terrestre (ZOFEMAT) del municipio hizo un llamado a la población y turistas que se encuentran gozando de estos lares, para estar alerta sobre el color de banderas izadas en cada una de las playas, en el entendido que tres de ellas ya cuentan con bandera negra, por lo que permanecen cerradas debido a los efectos que puede traer el huracán Norma. Estoy leyendo que “la irresponsabilidad ciudadana se define como la incapacidad, falta de voluntad de un individuo para cumplir con una obligación o tarea asignada. La irresponsabilidad social es el reflejo de que los integrantes de una sociedad no toman en consideración las repercusiones que tiene su accionar sobre ella, lo cual evidencia la carencia de respeto a los principios y valores por los que están llamados a regirse en sus relaciones con los demás”. A quien lo haya definido así, no le falta razón. Somos propensos al desafío, pareciera un deporte en el cual gana el participante que en más ocasiones intente jalarle los bigotes a un león. Lo es en esto del mar, pero también en los arroyos en cuya orilla yace un carro viejo pues su dueño quiso pasar, muriendo ahogado en el intento. Igual en otros balnearios que han sido tema de nota roja porque alguien perdió la vida al ignorar una boya e irse más allá de lo permitido hasta encontrarse de sorpresa, con un canal de navegación para los barcos y perderse de vista, apareciendo a flote más tarde, ya sin vida. La lista es amplia: el juego de la ruta rusa, el desafiante que se pasa la luz roja, el que comercia con juegos pirotécnicos o pólvora, el contagiado y luego contagiador por puro atrevimiento al desairar las recomendaciones y por ese estilo hasta el infinito. Estén a la vista o no, sean imaginarias o figuradas, simplemente, alrededor nuestro se encuentran puestas muchas banderas. Ya es cuestión de cada quien, y su civismo si las respetamos o no, pero también en ese desafío que cada uno se encargue de sus propias consecuencias. Por Miguel Ángel Avilés
Las personas con trastornos depresivos y/o con ansiedad, no es que traigan sueño o que sean flojos, lo que buscan, a ratos, es dormir para siempre. Tranquilos, no se asusten: ellos o ellas, aman la vida y lo que menos quieren, es sentirse así. Porque es horrible y, salvo que sea un masoquista emocional, no creo que viva esas crisis por gusto. "Déjenme presumirles: anoche la depresión me hizo sentir como una cucaracha y no saben cuánto disfruté" "Como tengo ganas de que lleguen esos momentos en que mi autoestima se encuentra en el subsuelo y pienso que lo que haces y tú mismo no sirve para nada" “¿Nunca has estado en depresión?... ¡no sabes de lo que te pierdes! , te lo recomiendo..” Claro que no es así. Puede serlo, bien lo comentaba un especialista en esos casos, en que una joven, un joven, no saben de lo que hablan y casi ven esto como una fascinante moda: “Ando depre”, “traigo la depre” y, sin embargo, en ese mismo rato, se arreglen y salen locos de contento y de felicidad rumbo a un antro o a la party convocada una semana antes, cuando, de encontrarse de verdad en un estado depresivo como el que presumen, lo que menos lucirían es el ánimo y unas ganas inmensas de socializar y reventarse. Una persona que sí ha sido diagnosticada con esos trastornos, optaría, sin más remedio, el permanecer dormido como si ensayara, para cuando llegue el momento final. Pero lo que menos desean es que llegue. Por el contrario, desearían que esas horas cero les fueran repuestas por días enteros sin vivir eso que a ratos es indescriptible y que la madre de un generoso psiquiatra, la definía como un dolor incesante en el alma. Sí, muchos no han podido soportarlo y han tomado la decisión muy personal de irse. De optar por esa puerta o esa otra alternativa para volverse invisible (nadie muere, solo nos volvemos invisibles). Las cartas están echadas: a) irte antes de nacer b) irte a los trece años por un pelotazo en la cabeza o irte a los catorce por culpa debido a un lupus c) irte a los cincuenta por culpa del corazón o a los 80 por culpa de un cáncer d) irte por voluntad personal. Es una decisión propia, de cada quien, y no anden con esa anacrónica discusión de que, si fue por valiente o por cobarde, pues nada, nadita aporta al tema. Claro, lo anterior se puede evitar (o se pudo evitar, como suele decirse, tardíamente). Sí. Muchas veces ni al nacer lloró o ni un ápice de sospecha les mandó para detectar lo que vivía por dentro. Sí. Y eso se puede deber a que así como aman la vida, así aman a los que lo rodean, por tanto lo que menos quieren es su preocupación y más lágrima, pues de por sí con las suyas son bastantes. Quiero decir que depende de ellos, pero también del resto de los que conforman su entorno, que no lo hagan. Aquí sí que somos inclusivos. Es decir, si digo "también del resto de los que conforman su entorno "es porque aquí caben todos y más, hasta el que menos piense que puede ser determinante, a la hora de las decisiones. Pero no se asusten. A quien no le toca, no le toca. Pero a los que sí, sí. Y lo saben. En algunos casos la diferencia radica en que la persona ya hizo conciencia de lo que vive y tiene por qué lo averiguó o porque ya le dieron un diagnóstico y se atiende, se previene, busca herramientas para defenderse del monstruo que lo ataca a diario, permanentemente. En otros se sufre el padecimiento, pero se ignora la enfermedad y en otros más se sabe lo que tiene, pero se oculta ya que la cultura imperante dicta que tienes que ser fuerte, aguantar, resistir, mostrar tu “valentía” . Por si fuera poco, aún se sigue rechazando social y laboralmente a las y los que pasan por una situación así y tuvieron la mala suerte, frente al mundo, de tener esa enfermedad y no otra más permisible entre el círculo de amigos o en la planta de trabajo. Alguien puede llamar a su trabajo, diciendo que no irá ese día porque tiene gripa, se le subió la presión, amaneció en estado inconveniente después de la posada o le duelen las rodillas y casi les puedo asegurar que su falta será justificada. Pero decir que no se irá porque está viviendo una fuerte depresión, una crisis de ansiedad o de pánico no solo no es común que lo hagan quien la sufre sino que allá su jefe lo mirará como un pretexto para ausentarse o su reglamento interno no contempla esa causal para faltar. Sí, tener dificultad para pensar, concentrarse, tomar decisiones y recordar cosas o mantener pensamientos frecuentes o recurrentes sobre la muerte, pensamientos suicidas, intentos suicidas o suicidio o se tiene preocupación y sentimientos de miedo, terror o intranquilidad excesivos. Otros síntomas son sudoración, inquietud, irritabilidad, fatiga, falta de concentración, problemas para dormir, dificultad para respirar, latidos cardíacos rápidos y mareo. Nada de esto es motivo suficiente para quedarte en casa, de ser posible debajo de la cama, porque allá afuera la ignorancia y la incomprensión no la incluye entre las razones para hacer un alto en tus actividades y atenderte. A la hora de confesar o compartir cómo emocionalmente te sientes, también se está en desventaja. Es común que en la sobremesa, a la hora del café, en un chat, por teléfono o de cerco a cerco se diga – ya iba a decir , se presuma – que trae muy altos los triglicéridos , que el colesterol anda hasta el tope, que se trae un dolor en la espalda o que de nuevo le brotó un uñero en el pie derecho y le sobrará comentarios , recomendaciones, nombres de doctores, remedios caseros, medicina alternativa, chamaneria, pastillas infalibles, bendiciones y demás. Por el contrario, expresar, decir, confiar, desahogarte frente a otros, que ya no puedes más, que la depresión ha vuelto, que tu ánimo anda besando el suelo, que sientes un preocupación excesiva sin razón aparente es, en buena parte de los casos, el banderazo de salida para que, hasta los más allegados, se aparten de ti o hagan como la virgen les habla. En parte es por desconocimiento, pero en otras no. Nomás que le sacan, o lo evaden o están hasta lo coronilla, o porque andan peor que ese que les quiere decir cómo está en cuestión de ánimos y no quieren verse en un espejo. Escogen- por costumbre, por negación, ignorancia, por falta de una aceitada inteligencia emocional, por darle un placebo a su dolor - el salir a la calle y gritar que la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando, Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar (No hay que llorar, que la vida es un carnaval, y las penas se van cantando, oh-oh-oh, ay. Todo esto dicho a un destinatario que sufre de un trastorno que, entre otras cosas, lo que provoca es la pérdida de la voluntad. Eso lo toman para sí, mientras que para su interlocutor que clama por menos preguntas y cuestionamientos y más apapacho y comprensión, se tiene lo que, según estos terapeutas, es infalible: “Échale ganas … ¡ánimo!” ¿Di en el clavo o hablé de más? Contéstense ustedes. Ustedes y las noches a solas Ustedes y el Insomnio Ustedes y esas lágrimas Ustedes queriéndolo explicar. Ustedes y su ansiedad Ustedes y la desesperanza Ustedes y el sentirte la nada El Día Mundial de la Salud Mental se conmemora todos los 10 de octubre; el objetivo que persigue, es el de recordar que la salud de cada individuo es la sólida base para la construcción de vidas plenas y satisfactorias. Entonces pues, que no se olvide. Porque a diferencia de otros males, aquí nada se extirpa. Tampoco, hasta ahora, no hay cirugías tal como las que se realizan en un brazo, en un ojo, en el corazón. No, no hay operaciones a depresión abierta o prótesis que remplacen tu estado de ánimo o el alma o eso que se circuitan en los neurotransmisores ni hay estaciones de servicio como las gasolineras a donde puedas llenar tu cuerpo de la serotonina necesaria. No les teman, no evadan a estas personas. Las has conocido en un estado normal, cuando logran alcanzar la superficie y reconocerás que son hombres y mujeres incapaces de dañar a alguien por iniciativa propia o con dolo. Acaso nada más, están haciendo todo que está a su alcance, para sacarse, por fin, el cadáver ajeno y putrefacto que llevan arraigado dentro. Por Miguel Ángel Avilés
Una vez llegué a una reunión cuando ya habían llegado casi todos los convocados y nadie me peló. Fui invitado por un amigo, hicimos una escala en esa cadena comercial que prolifera en México, para no llegar con las manos vacías, arribamos al lugar bien surtidos de lo necesario en estos casos y luego de saludar a los que tuve cerquita, me aplané en un taburete, dispuesto a escuchar, mientras yo nomás respondía con el silencio. En la mesa que rodeaban seis o siete de los presentes, se distinguían algunas botellas, una guitarra, más de una bolsa de la llamada comida chatarra pero que con chile saben muy buenos, una bandeja con carnitas de puerco y un par de bolsas de pollo asado al carbón, esto último, dicho sea de paso, una de mis comidas favoritas. Junto a mí estaba un tipo zalamero, de esos que acostumbran a rendirle pleitesía a cualquiera, siempre y cuando ese “cualquiera” sea para él alguien “importante”, de “valía” y con el cual pueda lucir su amistad o su “amistad” frente a los demás o frente a su propio ego. Estaba junto a mí, dije, pero no me peló, más bien me hizo el fuchi, dándome a entender o quedándome claro que para los presentes o para su elitista concepción de lo que vale o no vale, se es alguien o no, aquí su servidor era un extraño o, de plano, era la nada. En parte tenía razón pues he de reconocer que, en eso de atraer reflectores, trascender en el tiempo o volverme un rockstar en cualquier tema frente al resto del mundo, siempre he pasado desapercibido, instituyéndome en una auténtica intrascendencia, pero de eso a que te den un trato como si Putin llegara a Ucrania o Alexis Vega quisiera estar en la mesa de honor en la que estuviera Amaury Vergara, pues no. ¡Claro que no! Pero Dios es grande y esto de sacar la casta por los desvalidos, no anda con titubeos ni mucho menos con fingimientos, así que en el cielo se vio un destello y enseguida de un trueno, vino la epifanía: El propietario de la casa se dio cuenta que este que les escribe estaba ahí y teniéndome a unos metros aseguró conocerme de tiempo atrás, manifestando su gusto por estar presente. Si me estaba confundiendo o no, quién sabe pero no lo desmentí, ni averigüé y chocamos los botes muy helados que traíamos cada uno. De pronto se sumó un tercero que venía de tirar el agua y llamándome por mi nombre, se acercó al parque estábamos brindando y, sin poderlo evitar (porque recuerden que venía de tirar el agua) me dio un abrazo. A él no lo desmentí ni pensé que me pudiera estar confundiendo, más bien, correspondí al apretón y por enésima ocasión le manifesté mi agradecimiento por ese impecable prólogo que, años atrás, me había escrito para un libro. No sé desde dónde, el zalamero miró aquello y un ratito más, lo tenía a mi lado, otra vez, pero más juntito. Como al principio había practicado ese llamado bello arte de mandarme lejos muy lejos y más allá, ignorándome, supuse que venía a repetirme la dosis, o de plano a correrme, y lo dejé ser. Nomás que, para mi sorpresa, me preguntó que si quería otra cerveza, que si ya había comido, que si la estaba pasando a gusto y no sé qué cortesías más, cual si me estuvieran recibiendo en la isla Esmeralda en Irlanda. Lo que este hombre no sabía es que ya lo había acabalado pues, tal como recordé despuesito de haber llegado, era ese que, en otros eventos de la farándula política y cultural, se caracterizaba por su habilidad para hacer amistad con gente con distinción pública, y no precisamente gratis sino para ver cómo estos le podían ser útiles. Como sé que mi cara no me ayuda, dejé, hasta donde se pudo, que se guiara por esta y así estuvimos: él codeándose solo con los que le interesaban y a mí a mi silencio castigándonos con el desaire. En una de esas que estábamos entretenidos escuchando al dueño de la guitarra quien entonaba una bravía canción, sentí que me tocó el hombro y me preguntó mi nombre. Se lo di y seguimos oyendo a los intérpretes, no sin dejar de ver de reojo a esas bolsas de los pollos al carbón. No sé qué habrá indagado, pudo haber llamado por teléfono, quizá consultó en el Google, pidió un informe sobre mí a la Secretaría de Gobernación o fue a sopear a los que hacía un rato me saludaron y todo lo demás, pero, repentinamente, su actitud cambió, sometiéndome, muy atento, a una entrevista cual si quisiera ser mi biógrafo. Durante ese lapso, no me faltó la cerveza que él mismo iba a donde al llegar las hubimos dejado y me la traía. Pudo existir un error y escuchando mal mis apellidos, Wikipedia le ofreció información de alguien relevante en palabra, obra y omisión, tal vez se topó con un homónimo o su celular agarró monte como a veces le pasa a mi Alexia querida con la música o, de plano, mis dos buenos amigos, al responderle, le pusieron de su cosecha nomás para chamaquearlo y le hablaron maravillas de mí. “Tanto tienes, tanto vales” me hubiera citado mi amá, de haberle contado esta historia. Significa, de acuerdo a mi diccionario de cabecera Yasmín-Español que, “en general, la sociedad trata a las personas según su riqueza. Es decir, si tienes dinero o poder te tratarán mejor que si eres pobre o no tienes dinero”. Puedo jurar que a ustedes también les ha tocado algo así. En su trabajo, en la escuela, en el barrio, entre amigos, incluso —aunque lo dude— en el terreno político. El que ve por encima del hombro, el interesado que sólo acude al nopal cuando este tiene tunas, el variopinto que un día puede tratarte con la punta del pie y otro ,si es que has sobresalido frente al resto de los mortales. La que se cuadra ante el jefe mostrándose como la más atenta y servicial, pero se vuelve más peligrosa que una cascabel en una bota si alguien no la está mirando. La que es toda amabilidad con el yerno al ver que trae un carro diferente cada tercer día pero no le vuelve a dirigir la palabra al enterarse que aquel trabaja en una yarda lavándolo y los saca para secarlos. En caso de equivocarme y no llegar nadie con estos perfiles de zalameros a su memoria, hay una variante que igualmente les puede resultar familiar. Me refiero a los cortesanos, personajes aduladores y sumisos, ya sea por razón jerárquica, interés económico o inconmensurable sumisión política. No confundir ni por asomo, con una persona atenta y cordial. Estas saben cuándo parar sus buenos modales o los contiene su dignidad. En apariencia tienen mucha iniciativa, pero no, simplemente es penosa dependencia y sumisión. No es que quieran servir o que sirvan mucho, son más bien serviles y ya. Cómo me gustaría contarles de alguien a modo de ejemplo pero me temo que, en la actualidad, sería el cuento de nunca acabar y se me sentirían muchos. Tanto así como yo me siento, cuando, teniéndolo a la mano, nadie me brinda pollo asado al carbón. Por Miguel Ángel Avilés
I En el mercado hay un murmullo de voces como si aletearan miles de pájaros. Sonidos de vida, señales de comunión: La palabra y su significado que nombra todas las cosas. Hablan ese par de hombres con su mirada. Hablan las manos estrechándose en un saludo, habla el júbilo con el loco alborozo de los que están en ese rincón pegado a la ventana. Hablan esas reses sobre los mostradores que ahora son cadáveres. La fruta de temporada y las legumbres del día hablan. Todo dice algo, todo tiene voz y significado: el tintinear de la cuchara sobre el plato, la tapadera que cae, el chillar del aceite en el sartén, el humo volátil que se aleja de esas tazas de café, el aire fresco que hoy quiso volver. Hasta las cosas tienen su idiolecto, su voz propia y de nadie más. He aquí la gran oportunidad de no hablar sólo y solo frente al espejo. Cuanta expresión en este mundo. Cuanto mundo y cuanta voz en este mundo. II Estamos en el Mercado Municipal, un inmueble que por viejo es tradicional. Apenas hace unos días se anunció otra mano de gato (montés) a fin de dejarlo en las mejores condiciones. A veces dan ganas de entrevistarlo y preguntarle tantas cosas. Y es que todo edificio como este, tiene mucha historia y mucha memoria. Quienes fueron los primeros en pisarlo, quien en ofrecerte el primer café y los primeros guisos. Quienes ya no han vuelto jamás, quienes vuelven hasta la fecha. Así como este lugar tan popular, ya tan concurrido a estas horas, así hay edificios por todo el mundo que están ávidos por contarnos lo que son y lo que han sido. Búscalos, contémplalos, aprécialos, disfrútalos, siéntelos, camínalos, quiérelos ya un día puede que ya no estén porque se vinieron abajo. Allá, donde ahorita deben de estar puestos nuestros ojos, nuestras manos, nuestros granos de arena, hay edificios que siguen en pie, pero hay otros que hoy descansan sobre la tierra luego de ese despiadado cimbrar que llegó tan de repente. Pero se equivoca aquel que piense que han muerto. En cada mirada, en cada llanto, en cada piedra por quitar, en cada recuerdo, en cada nomenclatura de sus calles donde moraban, se está escribiendo una biografía amorosa que, por nostalgica e inmortal, habrá de durar para siempre. Ya lo dijo esa cantante de blues: "ninguno de mis sueños voy a abandonar, siempre habrá un camino abierto en esta ciudad iré creando espejos que me ayuden a mirar y a seguir amando la vida". III Te escribo desde el centro de la ciudad, aquí por calle Matamoros, a unos pasos de llegar al Mercado Municipal, ese lugar donde se finge menos, diría una trigueña amiga. Es una mañana de calor y promete ser un día así. El Mercado Municipal es como una maquila donde se practican todos los oficios y concurren todas las edades. Puedes llegar y te recibirán los ojos pelones de una res muerta, descuartizada, lista para el mejor postor y sus planes que tiene hoy para la comida. Pásale, en el puesto aquel está esperándote un café y el pan con mantequilla. Tómalo con la calma de un condenado a muerte que no quiere caminar hacia el paredón. Luego recorre los puestos como quien busca a un niño extraviado y contempla todo el color de la vendimia. Allá la fruta, más allá todas las verduras, de aquel lado los quesos y la carne y un olor de todo que solo para quien viene a diario es descifrable. Ya el antojo inmediato fue saciado y así continuará este desfile hasta muy tarde. Este lugar te espera desde la madrugada como una madre que no duerme, y se la pasa en vela, para recibir uno a uno a sus hijos y que no le alcanzaría la vida para contarlos, para decir su nombre y saber cuándo lo dieron a luz las viejas puertas de este Mercado. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
October 2023
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